Murió Victor Hugo Rascón Banda. Dirán los pesimistas de la literatura mexicana, ¿para qué lamentarse por la muerte de nuestros escritores? La respuesta es muy simple, porque son nuestros escritores. En lugar de andar suspirando por otras tradiciones, bien nos haría echarnos una buceada en nuestros contemporáneos y ya dejar de lado el boom por Tario. Ok. Tario es un excelente escritor, ¿porqué no se ponen a descubrir otros?
Pero esta necrología no es sobre Tario o sobre la crítica mexicana actual, sino, sobre Víctor Hugo Rascón Banda. Lo conocí una tarde tibia cuando fue a visitar a los precarios de la FLM. Iba en su clásico atuendo de burócrata, pero al sentarse frente a nosotros se mostró amable y afable. Algunos becarios, por supuesto, sentían que Víctor no era digno de estar frente a ellos, pero esa es otra historia.
Nos contó de manera jocosa su entrada al mundo del teatro, esos años dividido en dos, entre un empleo bancario y una furtiva vida literaria. Con animo de ofender nos habló de su maniobra para quedar como presidente de la SOGEM, mediante la hábil manera de hablarle a Chespirito y Florinda Meza para saber si tenía su apoyo y cuando éste le dijo que sí, Rascón Banda ya se sentía con las llaves de un reino que sin duda, ayudó a crear y crecer.
Rascón Banda, sin duda, es uno de los pocos dramaturgos mexicanos que tuvo un sincero afecto por parte de actores, lectores, público y burócratas culturales. Varios premios con su nombre se organizaron en diversas partes del país, hasta tiene un teatro y una sala hermosa en Ciudad Juárez.
Pero se nos fue Víctor Hugo Rascón Banda. Su obra, seguro, permanecerá. Una cantidad impresionante de gente la ha visto montada en los teatros. Y sin duda, la seguirán viendo como seguirán el rastro de su acento, de su realidad llevada al teatro con ánimo, también, de ofender, pero también, de divertir.