Los ciclos terminan, todos los ciclos, pero más que terminar, mutan, se vuelven distintos, las ausencias se pueblan o los objetos que estaban presentes en la memoria desaparecen. Yo así me he ido con mi escritura, alimentándola de diversas fuentes, ejercitándola en varios fondos. La termino de una manera y la inicio de otra. Nunca está terminada, nunca está empezada. Mucho tiempo escribí cuentos fantásticos y luego pasé a los realistas y di un salto a otros más bien existencialistas. Ahora no puedo escribir cuento. Me sé de memoria la fórmula y sus densidades y tengo que olvidarla para aprender otra, no mejor ni peor, distinta. Cada escritor tiene su cuota de palabras y yo he preferido con las mías dejarla que escojan sus caminos. Hoy acaba un ciclo, mi ciclo como columnista en Milenio, como antes terminó mi ciclo como minificcionista en El Porvenir. ¿Fueron buenos, no lo sé?, pero fueron excelentes intentos pero el camino, ah, el camino va siempre extendiéndose. Veamos en dónde parará.