jueves, noviembre 03, 2022

Ayer murió Patricia Laurent Kullick, una de las escritoras con más talento de su generación y, sin duda, la más importante de esta época en Monterrey. No sé si ella lo sabía. No sé si le interesaba. Yo creo que solo le interesaba en la medida en la que la vida cotidiana se lo permitía. Se dedicó a la escritura como los verdaderos escritores y/o escritoras, dedicándole tiempo a pesar de todo, con lecturas, ofreciendo talleres, teniendo siempre el diálogo interno y externo por los libros y la ficción. Siempre fue la gran Patricia Laurent Kullick. La recuerdo como la más amistosa y hospitalaria en aquel grupo que formó con Héctor Alvarado, Dulce María González, Mario Anteo y otros. Desde lejos y desde mi ingreso a ese medio, los veía y todos ellos tenían esa aura de escritores de verdad, de alguna manera ya consagrados en una comunidad que los recibía como, acaso, el primer grupo profesional de escritores locales. Como pronto me integré al otro grupo de escritores de la ciudad, El Panteón, tuve pocos roces con ellos, aunque sabía de sus reuniones en el bar Reforma, esa larga mesa en donde todos los ¿viernes? ¿martes? no lo recuerdo, se reunían a beber y charlar. En donde, por decirlo de alguna manera, oficiaban. Yo sé que ellos dirán que no, pero ya para entonces, entre los más jóvenes, eran míticos. Hace algunos años, en la UANLeer, tuve la oportunidad de programar una mesa para que hablaran del grupo. Pero Paty siempre fue Paty. Me tocó estar ahí cuando le dieron el Premio Nuevo León de Literatura, pero después me marché de la ciudad y poco volví a topármela. Luego supe que ya no se reunían, que toda la ciudad había caído en una especie de marasmo cuando ambos grupos se habían desintegrado. Volví a verla a mi retorno a Monterrey, volví a invitarla a eventos, la llevé a una prepa, regalé sus libros en clubs de lectura, publiqué un libro suyo. En fin, intenté estar lo más cerca posible. Generosa como pocas, claridosa como menos personas, ella siempre supo estar en su propio centro aunque éste fuera caótico. No tuvo buenas aventuras editoriales y es la lástima, porque solo de recordar tres o cuatro cuentos suyos me reconfirman su genialidad. tal vez habrá otros ahora, a quienes les corresponderá ese trabajo, de mantener su obra viva. Ojalá encuentre, en la ausencia, muchas más manos que mantengan con vida su obra. Adiós, Paty, siempre te recordaré bailando en una cantinilla miserable del centro histórico de la Ciudad de México, buscando animar un ambiente que era demasiado intelectual para ti. 

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