Llegué a San Luis Potosí por la noche del jueves, después de dos días de trabajo arduo en nueve escuelas de la zona de San Miguel de Allende y Dolores, así como de encuentro virtuales con alumnos de preparatoria de la Fundación León. Venía cansado, después de madrugar, sumada una cuestión emocional y sentimental que no hace más que reproducir sus vicios y que espero, pronto se ordene. Pero aún así, venía con el ánimo bajo. Pero también venía cargado de regalos y de buenos gestos, entre ellos un casco espacial hecho a mi medida y una cajita de cartón, aun con moño, en donde guardaba otras cosas. En la taquilla de taxis una mujer ya mayor, con lentes con mucha graduación, me despachó rápido y no me vendió ningún boleto porque no tenía cambio de un billete de 500. Pregunte en los taxis, me ordenó. Fui con uno de ellos y me dijo que tampoco tenía, que no me podía llevar. Entonces me di cuenta que no traía la cajita conmigo. Asustado, volví a la taquilla, que tenía una pequeña repisa, para ver si ahí la había dejado. Cuando le pregunté a la despachadora sólo se alzó de hombros y dijo: "yo no soy responsable de lo que pone la gente ahí". En efecto, tenía razón, pero uno espera un poco de colaboración en los momentos de desconcierto. Salí al estacionamiento, pensando que ya la había perdido y, con ella, todos esos bonitos gestos y artefactos que me habían regalado los niños de San Miguel cuando la vi a la orilla de una cuneta y la recogí. Fastidiado, me dije, ya quiero llegar al hotel. Así que abordé un taxi atendido por un muchacho, pero antes le alerté que sólo traía un billete de 500 pesos y debía tener cambio. Debí alertarme desde que me empezó a decir "rey para acá", "rey para allá". Y más, cuando me dijo, "el centro está cerrado. Voy a tener que dar una vuelta larga". Hasta eso, avisó. Conozco los caminos al centro de San Luis y me dije, qué tanto puede salir, ya con llegar, está bien. Todo el camino, el taxista me habló de rey y de rey, como si la cháchara me fuera a despistar. Un par de veces, para presionar, le sugerí algunos cambios en la ruta, pero se mantuvo firme. Bueno, yo acepté, me dije. Para incomodarlo, cosa que no logré, lo empecé a cuestionar por el camino, pero él, firme, dijo que el centro estaba bloqueado y debía entrar por otro lado. "Ahorita lo vas a ver, rey". Al fin nos dirigimos al centro y, ya impaciente, noté que dio una vuelta en U en donde no debía y que se alejaba de nuevo del hotel. Hasta aquí, me dije. Ahora sí, sentía que se estaba burlando de mí. No porque antes no lo supiera, pero en lo que yo podía conceder, no estaba que se extendiera más de cierta cantidad. "Déjame aquí", le dije, porque de pronto me di cuenta que estaba en una situación de riesgo en la que yo solo me había puesto. "Claro, rey, disculpame, rey". Bajé las maletas y revisé que no dejara nada y entonces saqué el billete de 500 pesos. Y me dije, rápidamente, si le pago la corrida se irá como si nada. Y tomé la siguiente descisión. Le dije, "ten los 500, ya mentiste mucho por tenerlos, te los ganaste". "Gracias, rey", respondió y se fue, quiero creer que un día entenderá lo que sucedió y lo que intenté hacer conmigo, pero algo me dice que no. Irá timando gente, asustando gente, por unos pesos que nunca le van a alcanzar. o tal vez sí los necesitaba, en fin. Sí, perdí dinero, pero creo que gané otra cosa.
Fui al cajero, entonces al día siguiente, y me volvieron a dar tres billetes de 500 pesos. Quería ir al museo de la máscara. Cuando llegué había un concurso de oratoria. El guardia en la entrada me dijo: "son 20 pesos". Saqué el billete y me contestó: "Uy, no, joven, no tenemos cambio". Me quedé perplejo, es decir, teóricamente, es un servidor público. "¿Entonces, no me va a dejar entrar?" Negó con la cabeza. Por un momento, créanme, vacilé con la idea de ir a buscar cambio, no sé, comprar un refresco, algo, alguna cosa en la tienda, para poder pagarle y entonces me dije que esa no era mi responsabilidad, que debía ser tratado no con exceso de cortesía, pero sí que debía ser atendido. "¿En serio no me va a dejar pasar si no me puede cobrar?", le pregunté. "Es que sí hay que pagar". Debo aclarar en este punto el lamentable estado de los museos de San Luis Potosí. Hay abandono en esos lugares, polvo, agua estancada, cosas que no funcionan, me parece que sólo se salva el Museo Federico Silva y el MAC. Los demás, incluso el Leonora Carrington, se ven desolados y tristes. El guardia era una representación de eso. Le dejé el billete y le dije: "A la salida me da el cambio, porque no es mi responsabilidad conseguirle el vuelto". Al final me regresaron mis 480 pesos. Quiero creer que el guardia aprendió algo, pero yo creo que no. Y no, no perdí dinero, pero creo que gané otra cosa.
Finalmente, ayer, por la mañana, salí a caminar por el centro, rumbo al mercado Hidalgo. Los andadores estaban desolados. Un par de policías comían su tamal y atole en una esquina. De pronto di la vuelta en la calle de González Ortega y me apareció un muchacho frágil, delgado, sucio, con la mirada de extraviada. Me abordó, me preguntó si le podía dar algo de dinero. Me negué y le respondí: "No traigo". Y en ese momento recordé, que un día atrás, había comido en esa calle, en casa de unos amigos muy queridos, que contaba con habitación y amistades en ese sitio y que no necesitaba mentir. ¿Qué me hacía mentir a un chico como él? Pude haber dicho "no quiero". "Ahora no". Etcétera. Pero mentí: dije: "No tengo". Y sí, sí tenía. Ya había dado varios pasos, dejándolo atrás y me detuve. Me regresé. Abrí la cartera y le entregué el último billete de 500. El chico abrió mucho los ojos, se inclinó y santiguó el billete. "Espero que te sirva y un día te los ganes de otra forma", le dije, pero él ya se iba, asombrado. Y sí, pues, perdí dinero, pero creo que al final, gané otra cosa. Algo mucho más valioso que el dinero en estos tres lances, en estas tres lecciones de 500 pesos.
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