domingo, septiembre 17, 2006

CND

La gente avanza a empellones rumbo al zócalo por la calle de Madero. Hace rato el sol se ocultó y aparecieron nubarrones grises. A la gente eso no le importa. La gente avanza. Un grupo de mujeres descansa sentadas en el filo de las banquetas. Por los altavoces se transmiten canciones de protesta y algunos corean la letra mientras otros simpatizantes de la Convención Nacional venden revistas, periódicos. La Jornada es el único periódico nacional que se lee entre la gente. La portada: Los dos gritos, se reproduce indiscriminadamente a lo largo del camino. Pocos son los negocios que están abiertos. Uno de ellos, la camisería y venta de trajes, Aldo Conti, tiene abiertos todos sus locales donde tienen el fabuloso remate de 3x1. Un despachador se asoma a ver a los simpatizantes de Obrador que caminan y se detienen en su deseo por llegar a la plancha máxima del país.
Uno de los pliegos que entregan a la gente contiene los doce puntos a votar en la convención: el principal, decidir si Obrador es o no es el presidente "legítimo" de México y el otro si existirá o no un gabinete republicano. La gente lo comenta. La gente cuchichea. Hay una tensión en el aire, una que no viene del miedo, sino de la emoción. Una idea generalizada, un sentimiento compartido es que están formando un nuevo país, uno que les arrebataron en las elecciónes con la campaña del miedo de la que tanto se quejan.
Logramos avanzar hasta las inmediaciones al zócalo. Ahí las columnas se detienen. No hay más paso. La calle está topada, copada. Los gritos contra Fox son parte de las canciones. Cuando emerge del Zócalo una voz, un estruendo aparece en todas las vocas: ¡Obrador! ¡Obrador! ¡Obrador! Todos se quieren abrir paso. Nadie se puede mover. Ancianas aguardan apretadas, pequeñas ellas entre las espaldas amplias de los hombres y los niños en brazos. Los gritos de apoyo continúan, explotan, son confeti que se lleva el aire hacia el templete frente al Palacio Nacional.
Y luego, viene la lluvia.
Primero caen unas gotas gordas y la multitud observa el cielo, presiente la intensidad del agua. Y no se mueven. No pueden moverse. Un hombre, ya lo dice el refrán, un hombre precavido vale por dos, extrae con un acto de presdigitador, una lona de un metro cuadrado. ¿El color? Amarillo. Es un metro cuadrado. Un azulejo amarillo. Atrás la calle de Madero se eriza de paraguas. Hongos le nacen a las manos. Hongos negros, de colores tapizan la avenida. Y bajo el mosaico amarillo entramos 18 personas. Todos jalamos las puntas de la manta. Escuchamos el agua arreciar sobre ella pero estamos secos. Niños, una anciana, un par de hombres, mi mano, todos alzamos la manta para no mojarnos. Desde el lugar donde estamos varados se alcanzan a ver por encima de las cabezas, los bocinas para mandar el discurso a las cuatro esquinas del zócalo. En la catedral veo, temblorosa, una bandera nacional que hondea por las rachas de aire. Tiene una parte comida por un cohetón. La bandera está quemada en una orilla. Más metafórico, no puede ser.
Y luego vienen los gritos. La gente se aprieta. El aire escasea. Un tropel de cincuenta, ¿qué son cincuenta entre más de cien mil personas?, se abre paso contra la gente. Quiere salir. Anhela salir. Recién escampa cuando su primera avanzada llega con nosotros. No se vayan, no nos dejen, gritan muchos simpatizantes, pero la línea avanza sosegadamente, casi sin avanzar, hacia la salida. Nos metemos ahí. Nos mientan la madre. Nos hablan de lo poco nacionalistas que somos. Pero comenzamos a avanzar, a irnos del varadero. El aire es escaso. Un humor a calor humano que calienta las ropas mojadas se despliega en ese pequeño cuadro.
No avanzamos ni un metro cuando empieza el grito: ¡Hay una señora de noventa años con problemas!. Los gritos se suceden, pasan de boca en boca hacia la ambulancia. Entre todos armamos una valla y al rato aparece la señora en una silla de ruedas, con un tanque de oxígeno en las manos. Y ahí salimos. Nos desdibujamos de la Convención Nacional Demócrata.
Al final, sí hay votos. Pero ignoran. La Convención Nacional Demócrata, desde su inicio, nace muerta. Todos silencian a los que piden que Obrador sea coordinador de la resistencia. Nadie los escucha. Y reitero. La Convención Nacional Demócrata nace muerta cuando, al decir el nombre de Imaz como miembro de la Comisión política, de resistencia civil y proceso constituyente, se levanta un repudio generalizado. Fuera Imaz, gritan, nadie quiere a Imaz. Y ¿le hacen caso a la gente? No.
Estamos ahora, entonces, ante dos países, dos gobiernos espurios, como se dice. En ninguno de los dos importa la gente. Sólo se les da la dirección que otros quieren: por aquí o por allá, sólo eso. Fuera Imaz e Imaz no se fue. Y había niños, ancianas, mujeres que comían frijoles y arroz cobijadas bajo el toldo de restaurantes que en su vida, podrían pagar alguna cena ahí. También es cierto que la desigualdad nos va a partir en muchos Méxicos.