martes, septiembre 26, 2006

Hello Goodbye

Nadie nos enseña a decir adiós. Nos dicen que, para recibir a un visitante en casa, se deben de limpiar los rincones, preparar buena bebida, poner música al gusto de quien llega con todas las buenas intenciones. Pero nadie nos enseña a decir adiós. Sabemos que hay que abrazar al que llega de su exámen profesional, escribir palabras consentidas al que vuelve del hospital y dar besos al recién nacido. Hay jolgorio. Hay alegría. Nada mejor que abrir la puerta de tu casa y ver a cinco o seis personas que llegan a la fiesta con toda la disposición del mundo así haga calor o frío. O neve. O caiga un aguacero. O haga un calor de esos que te impulsan de inmediato a la alberca. Decir "hola" es la cosa más insospechada y esperada del mundo. Andamos con el "hola" a diestra a siniestra. "Hola" al entrar a la disco, "hola" al pedir una bebida, "hola" al entrar a una sala con gente nueva, "hola" al pedir la comida en un restaurante, "hola" al llegar a la ventanilla para pagar actas de nacimiento o sacar a alguien de la cárcel. "Hola", "hola", "hola".
Pero nadie nos enseña a decir adiós.
Por eso las lágrimas cuando alguien se nos va. Por eso la mirada nostálgica cuando dejamos un lugar de trabajo, por eso la garganta entrecortada cuando decimos adios con las manos en aeropuertos, centrales de autobuses y puertos. Tal vez nunca nos enseñan a decir "adiós" porque nunca nos dicen de la finitud de las cosas. Llegamos siempre para quedarnos. Para no irnos. Yo a veces juego con mis más cercanos a decirles que ellos nunca van a morir. Prefiero siempre decirles "hola" y "hola"y "hola". Pero nos gusta engañarnos. Nos gusta afirmar que las cosas durarán y durarán y durarán.
Hay que decir "hola" con la certeza de la despedida. "Hola" con la certeza de que luego diremos "adiós". Y pienso todo esto hoy que una buena amiga me dijo: "no puedo ni quitar los posters de mi lugar". Y lo dijo conmovida, extrañamente buscando cómo encontrar otra vez ese "hola" al quitar los posters. La única forma de aprender a decir adiós es diciéndolo, es viviéndolo como si fuera un cachorro, uno de esos gatos de tres semanas que a veces recogemos y les abrimos la boca y les acariciamos el lomo para que ronroneen. Decir adiós sin el miedo y con la certeza de que ese adiós siempre está abriendo un espacio nuevo en nuestras vidas, un sitio inédito como si fuera una cabaña recién comprada y quedándonos con ese lado luminoso del corazón, con ese tono festivo de lo que llega con cada despedida. Para entonces sí, cantarles, cantarles a nuestros muertos, nuestras casas, nuestros familiares y nuestro amor.
Adiós, Adiós.
Como dice la canción: "adiós mamá Carlota, adiós mi tierno amor".