martes, noviembre 14, 2006

Escribir desde la felicidad

Escribir desde la felicidad es uno de esos momentos extraños y breves en la vida del escritor. Es aún más difícil corregir desde la felicidad y más difícil aún, que sean tus amigos quienes te ayuden a llevar a buen puerto un texto. Por eso a veces muchos talleres de novela y cuento fracasan porque no es el compañerismo lo que los anima, sino una carnicería feroz, un demostrar qué tanto sabes, un imponer tu estética sobre la de los demás. Ser guía es el resultado de muchas lecturas pero también de mucha intuición.
Si partimos de la idea de que la noción de un texto se construye y reconstruye con el tiempo, los asistentes al taller literario no deberían de ser unos carniceros. Si un texto es producto del movimiento del espíritu, de la visión de la realidad o la perturbación en el creador de la misma realidad, tan bella como un hombre que mira esperanzado un atardecer, tan violenta como una niña asesinada y violada en cualquier parte del mundo, lo mínimo que se podría hacer en un taller sería partir del respeto hacia el texto.
Pero es difícil. No resulta fácil encontrar en el mundo buenos compañeros de taller. Son contadas las ocasiones cuando compañerismo y amor por la literatura del otro se conjugan. Por eso, después, existe tanta esterilidad creativa, tanta novela que no pasa de la primera página. Y ademas, también está la terquedad propia del autor. No te enamores mucho de tus palabras, dicen por ahí, pero resulta a veces difícil desenamorarte. Así no se crece, es cierto, pero una opinión que no parte del amor a la obra es difícil que sea escuchada.
Hay un viejo consejo que dice, cuando una pareja se aman, se hablan en voz queda, porque sus almas están cerca y, cuando una pareja se odia, tienen que gritarse todo, porque en realidad el alma está escondida, lejana y no quiere oír. Lo mismo pasa con las críticas: hay algunas que en lugar de hacer crecer, hieren, otras que de la mano te llevan por senderos luminosos para cambiar. Llega un momento dentro del taller de narrativa, en el cual ya no se trabaja con los gerundios, las estructuras narrativas y las atmósferas, sino con los sentimientos que motivaron tal o cual texto.
Si ese momento se salva, se logra identificar, es posible que demos luz a alguien. Porque la escritura, lo mismo que el resto de las artes, parten de los sentidos y sólo mediante esa visión pueden ser recuperadas, lo mismo que un enfermera que arrulla al paciente antes de ponerla la inyección. Es en la forma, en la manera como se trata el texto del otro donde se encuentra la sutil diferencia entre ser esa enfermera cuyas manos tibias te preparan para la inyección, para curarte, para sanar al texto, que en la mirada fría del hombre que dispara al caballo al que se le han roto las patas.
La letra con sangre entra, dice el dicho, pero la letra que es inducida con amor también. ¿Pero amor en la literatura? Puede parecer un tema cursi pero en el fondo de todo existe, aunque sea por un rapto, el amor que se le tienen a los personajes. también con amor se les mata y se les tira al fuego porque no salieron bien a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. Novelas amadas se encuentran en el fondo de los escritorios, libros esperados con ansia y que consumieron años de nuestras vidas son pasto para el olvido. Y a veces, tallerear con amor los textos puede hacer que sean menos las obras que ocupan las sillas patibularias, los inviernos tan temidos.