jueves, noviembre 16, 2006

A mí me gusta hablar de gente que no sabe que existió Borges.

Texto leído en la FILIJ 2006

Últimamente, no escribo. Esa debería de ser una primera verdad. También en no escribir está escribir mucho, demasiado. Se escribe constantemente cuando no escribes sólo que no hay papel que lo demuestre. Se escribe al ver a la gente, al asomarte a los puestos callejeros, al leer los anuncios panorámicos, las frases en las tiendas: frases económicas, sin importancia para ninguna literatura como: Carnes Mendoza: se arreglan composturas: se venden cabezas con dirección, se renta cuartos para señoritas solas, etcétera.

Lo cierto es que incluso de esas frases aburridas, en algún momento, no se sabe cuándo, saldrá una historia: ¿pero, en qué consiste una historia? En imaginar que un personaje hace algo. Y hay otros personajes que lo impiden. Una historia puede ser tan real como algo que le pasa a alguien cuando va por las tortillas y saca su bicicleta o partir de una exageración de algo, por ejemplo, de un niño que de tanto rascarse las orejas ya no pudo sacar su dedo y se pasó el resto de su vida con el dedo en el oído y no podía oír nada. Pero del otro lado oía excelente, tanto que podía escuchar el trino de un pájaro a lo lejos y las voces de la gente dentro de sus casas y si aguzaba el oído libre y lo aguzaba muy bien, podía oír las palabras de la gente en los aviones a chorro. Y todo eso lo llevó después a tener que resolver un problema. Y ahí es donde empieza la historia en realidad, aunque ya se lleve más de cinco cuartillas o más.

Y claro, en algún momento, ese personaje, ese niño, tendrá que ir por calles donde hay carnicerías Mendoza, donde regalan cabezas con dirección y se rentan cuartos para señoritas solas.

Pero últimamente no he escrito. Porque es bien cierto que, para escribir, primero hay que leer y vivir. Y hay que leer todo lo que caiga en nuestras manos: desde la revista sensacional de Mercados, hasta la publicación semanal de Lucha Libre pero también, los verdaderos libros: los cuentos de Hans Cristian Andersen, los cuentos de Roald Dahl y los de Francisco Hinojosa, la novela de Juan Rulfo o las historias juveniles de Orlando Ortiz y ver cómo los otros hablan del mundo. Porque los libros, más que hablar de gente que hace o deshace, más que hablar del niño con el dedo trabado en la oreja, habla del mundo. ¿Y quién ha visto el mundo más allá de sus propias narices? Los escritores, los cineastas, etcétera.
Yo no conocía Tebas, una ciudad egipcia del año 2255 antes de Cristo hasta que leí una novela de un autor egipcio donde habla de cómo un antiguo faraón recuperó la ciudad que estaba en manos de un ejército enemigo. Y gracias a este autor pude ver las escalinatas doradas de los templos, los jardines reales con pequeños canales de agua fresca, los barcos con velas plateadas en el puerto y las bandejas con dulces hechos en base al azúcar y dátiles, dulces casi doradas y empalagosos. Y tan sólo hace unos días, gracias a un autor argentino, pude conocer finalmente la ciudad de Acre, una fortaleza cristiana en Palestina durante el tiempo de las cruzadas. Y pude oler el pan recién horneado, ver las filas de esclavos negros camino a los barcos, el desfile orgulloso de los caballeros con sus estandartes blancos y cruzados encima de poderosos caballos cobrizos, pardos o negros.

Pero, insisto, últimamente no he escrito. He leído y también, creo, he vivido. He hecho un par de viajes al mar y a Tlaxcala. Y me sorprendió ver en un convento un púlpito donde dice que ahí inició la fe cristiana en América y en Tampico, me sorprendió ver cómo los grandes barcos se anclaban en el puerto. Y me sorprendió ver a una anciana que esperaba afuera de un edificio, en una zona prohibida del puerto, una mujer ya muy encorvada y después apareció un hombre y una chica y se la llevaron. Y me quedé pensando: ¿cuánto tiempo habría estado esa mujer ahí, afuera de la tienda, hasta que llegaron por ella? ¿Vendía algo? ¿Eran sus familiares quienes la recogieron? Y pensé, aquí puede haber una buena historia. La historia de una agencia que recoge viejitos en la calle hasta que un día, un par de viejos decide huir…

Pero, ¿cómo se escribe una vez que has visto, has leído y has vivido? A base de curiosidad y de preguntarse cosas y de imaginar. En la imaginación todo es posible. Por ejemplo. Podemos escoger a un hombre, cualquiera de esta sala y preguntarnos: ¿qué hará cuando salga? ¿Qué libros puede comprar? Y seguir con la imaginación hasta donde se pueda. Igual y tiene hijos en casa que esperan los libros, igual y vino solo de paseo y en la tarde tomará un autobús para volver a su ciudad: Pachuca, Toluca, etcétera y… si jugamos un poco con ese hombre, podemos imaginar que en realidad vino a robar un famoso libro y vino a esta sala nada más a matar el tiempo o que ese hombre vino aquí a encontrar a una mujer que no había visto desde hace mucho tiempo o que ese hombre es en realidad un guardia de seguridad.

Y así, llevar al personaje a donde sea. No existen los límites. Para escribir pasa lo mismo que con vivir: se tiene que preguntar siempre porqué ocurren las cosas, a dónde nos llevan, si será al zoológico o no. La aventura y las historias están siempre en todas partes. Cada libro es un mundo. En cada historia podemos encontrar desde hombres que capturan espejismos hasta un niño que tienen que subir a Microbuses del tiempo.

Pero bueno, inicié esta pequeña charla diciendo que hace tiempo que no escribo y es cierto. A veces también se tiene que descansar de escribir y vivir, porque, la literatura es un bien preciado pero también es sólo otra de las tantas cosas que hace el hombre pero no por eso se deja de imaginar, de crear, de pensar en múltiples personajes. Claro, existen muchas formas de partir en la escritura: desde las ideas, desde el horror, desde la duda, desde la violencia, desde la imitación, incluso desde el querer hacer algo nuevo, cansado de lo de siempre, pero yo escribo desde lo sencillo, desde gente que no sabe que existe la literatura, o la escritura o el cine o que no sabe que el acorazado Potemkin se hundió hace mucho tiempo o que Borges no es Borgues.
Yo creo que la literatura debe de hablar, desde el principio, de las cosas sencillas de la vida y cómo se van enredando poco a poco. Pero claro, la literatura puede hablar de muchas cosas. Cada escritor es un mundo, tiene una forma distinta de ver la realidad. Todos podemos ser escritores si queremos, en sólo cuestión de preguntarnos qué hay más allá de nuestro mundo y la primera piedra de sus novelas o cuentos, estará ya cimentada.