jueves, mayo 22, 2008

Me gusta trabajar en el Centro Histórico y llegar muy temprano, cuando las calles aún están limpias del bullicio de la gente. En ese pequeño espacio, los edificios del Centro toman un aliento distinto. Respiran a sus anchas dentro de su estólida calidez. Las ventanas cuentan historias de quienes miran através de ellas. Se ve ropa de bebé, cajas de productos electrónicos, alguna cafetera blanca. Las puertas de los edificios, también, dejan ver sus arcos, las marcas del tiempo, los retrato hechos en piedra de figuras emblemáticas. Incluso, he reconocido diversas grecas en ventanales y miradas libidinosas de un par de estatuas femeninas en los frontispicios de algun par de edificios. Luego, poco a poco, la gente invade las calles con una marea ruidosa, alegre, casi festiva. Y los edificios se van callando, callando, se vuelven otra vez de piedra, les llega el sueño de lo viejo, se hunden de nuevo en su callada indiferencia.