Siendo los días del reinado del rey Asuero, el que gobernó desde la India hasta Macedonia, ocurrió que una noche se le fue en sueño y el rey ordenó que se le leyese el libro de las crónicas de su reinado. Así encontraron la siguiente historia.
En el día 372 del reinado se presentaron ante el rey dos poetas. Sus cuerpos mostraban que hacía tiempo comían apenas lo indispensable. El Rey, conmovido por su hambre, ordenó que trajeron frente a ellos dos vasijas de cobre repletas de monedas de oro. Para que no pasen hambre, les daré todas las monedas que quepan en su boca y ustedes escribirán de ahora en adelante para mi. Un poeta se abalanzó sobre el montón de dinero y abrió la boca lo más que pudo para llevarse más monedas. Su codicia brillaba en los ojos y hasta los labios apretaban las monedas. El otro poeta no se movió. Cuando todo terminó el rey ordenó a sus soldados que mataran al poeta que había tragado monedas. Luego le preguntó al otro: ¿Por qué tú no comiste de la vasija de oro? El poeta flaco le dijo: Yo no vendo mis creaciones por oro. Entonces el Rey ordenó que mataran también al otro poeta. Nada hay puro en este mundo, le dijo a sus eunucos. Ni el arte, ni el hambre.
Eso fue lo que aconteció el día 372 del reinado de Asuero, rey de Persia. Apenas escuchó el rey la crónica, ordenó que cerraran su libro y se durmió.