lunes, mayo 30, 2005

El fin de las tradiciones

El Centro Mexicano de Escritores ha cerrado. Sus libros y cuadros han ido a parar a la Biblioteca Nacional y la casa ha sido solicitada por el Secretaría de Salud tal vez para meter ahi una oficina contable o en el peor de los casos, un almacén de productos farmacéuticos. Una última revisión a las circunstancias ocurridas en el Centro desde los últimos 10 años son el mejor antecedente para entender el porqué del fin de la institución más importante por tradición y por logro de sus becarios que ha existido en este país. El Centro fue fundado hace casi 54 años a instancias de la Fundación Rockefeller y tuvo como primer presidente a Alfonso Reyes y como tutora a la norteamericana Margarite Sheed. Fueron parte de este centro y fueron escritas con el apoyo de este centro autores y novelas como Carlos Fuentes, Arreola, Rulfo (repitió en dos ocasiones con El llano en llamas y Pedro Páramo), Alí Chumacero, Ricardo Garibay, José Joaquín Blanco, Jaime Sabines, Rosario Castellano, Rubén Bonifáz Nuño y en fechas cercanas nuestro ya mítico Jorge Volpi.
El listado de nombres puede continuar asombrándonos. Sin embargo, como en todas las instituciones, es imposible no encontrar su verdadera dimensión sin no ver sus oscuros. En los últimos diez años sólo se han publicado 16 libros de becarios del Centro Mexicano de Escritores. El Centro además, se vio pronto sin el apoyo de las instituciones y de una presidencia donde había gente como Mario Beteta. Fue durante la época de Salinas cuando, imposibilitados a pagar becas incluso de 1500 pesos, fueron con el entonces secretario de educación pública a pedir apoyo. Zedillo apoyó de inmediato con tres becas y dinero para pagar a los empleados. Luego, mediante otro convenio, el Instituto Veracruzano de Cultura aportó el dinero de otra beca siempre y cuando correspondiera a un joven escritor de la entidad costeña. Así el Centro fue levantándose poco a poco aunque todos sabían que si no había un interés pronto por más instancias lo único que se le hacía era darle respiración artificial.
Si a los pocos menos o más de 16 libros publicados se le añade el dirección con mano dura de Marta Dominguez: "Yo soy el Centro" la escuché decir alguna vez y la proliferación de becas por todas partes para "premiar=alentar" a jóvenes escritores a escribir su obra, teníamos que la vida del Centro dependía ya de muy poco. Luego, hace dos años, emergió la Fundación para las Letras Mexicanas con el apoyo de mucha de la iniciativa privada. Otro golpe más al Centro que apenas si lograba mantenerse en paz y tranquilidad.
Tal parecía que el Centro se había quedado muy lejos de ese camino de la Modernidad, un centro por el que han pasado, sin lugar a dudas, la mayoría de los creadores verdaderamente importantes en este país. Con una pésima campaña de relaciones públicas el Centro Mexicano de Escritores se fue quedando solo. Llegó el internet pero el internet no llegó el centro Mexicano. Llegaron muchas cosas pero nada al Centro. Tal vez se le deba de cuestionar su pasividad para seguir siendo la institución que apuntala la tradición literaria de este país. Los tutores, Carlos Montemayor y Alí Chumacero lo son desde hace ya catorce años y no había incluso ahí, señales de cambio.
Otra muestra definitiva del fin del Centro era que sus últimas noticias, como las de toda institución grande, eran malas. La última y considero que la peor, fue la negación de la beca a Ninett Torres. Apenas Ninett corrió a cuanta institución de derechos humanos se encontró en su camino y afán por ser becaria del Centro, estaba dándole una puñalada definitiva donde también hay que decir, mucho tuvo que ver la negativa absurda del Centro. Sin dinero, con su tradición ninguneada por las demás instituciones (que aspiran a tener esa tradición pero que aún no la tienen) y con el encono de las ONG´s e instituciones públicas el Centro finalmente se sumó en un letargo de muerto.
Quienes conocen la casa porque han ido a dejar proyectos o en el mejor de los casos porque fueron becarios, saben que esas paredes son además de una historia viva, como un hogar. Hay una salita y una mesa para preparar café donde esperas que lleguen Alí y Montemayor. En los muros de la casa están las fotografías de sesiones y de becarios que han pasado por el Centro. Ahí están Fuentes y Castellanos, Rulfo con Arreola e Ibarguengoitia abrazados y sonrientes mientras el camarógrafo los retrata. En otra pared, a la mano izquierda de la puerta de entrada a las salas donde se sesiona, hay un calendario de entregas y la fotografía de la generación en turno. En la mesa de pino y sin mantel, hay ocho sillas. Montemayor se sienta en la cabecera sur y Alí Chumacero en la cabecera norte. Atrás de Montemayor pende un retrato de Margarite Sheed y tras Chumacero un montón de libros. En la parte superior están las oficinas de la secretaria y la oficina de Marta Domínguez donde hay anaqueles con los originales de las obras escritas en el año y papelería varia.
Ahora ese hogar ha sido requerido por la Secretaría de Salud (y cómo solicitar que no la quiten si el Centro no le dio una beca a una mujer embarazada y cómo pedir que no la quiten poniendo la mejor cara y hablando de la tradición si también la becaria pintó un centro retrógrado, masculino, un centro maldito). Tal vez parece que condeno a Ninett Torres por pedir su beca. Tal vez en el fondo condeno que la haya exigido con tanta violencia, que no hubiera habido medidas más horizontales. Tal vez también condeno que Marta Dominguez se hubiera cerrado a la posibilidad u otras posibilidades. Y también censuro que al momento de criticar ese asunto toda la intelecualidad mexicana se haya lanzado a criticar con pasión pero no con cesura.
El Centro, estaba claro para los que han estado dentro de él o pertenecido a él, en estos últimos años necesita trasfuciones de muchos tipos: de dirección, de tutores, de renovación tecnológica y de un protagonismo que el FONCA y la Fundación para las Letras Mexicanas le habían quitado. Se vino al avalancha y el maniqueísmo. Ahora la casa ya no está y los libros y los cuadros ya se encuentran embodegados en la Biblioteca Nacional.
Había afuera del Centro una placa de hierro negro con las letras: Centro Mexicano de Escritores. También se la llevaron. Y había arriba, en el segundo piso, en una pared, los cuadros de todos los becarios que han muerto. Ahí estaba Jorge Cantú de la Garza y Rulfo y otros. También esos cuadros se han ido y las puertas se han cerrado. Haría falta tan sólo una fotografía de ese muro de la casa y otro del acta institutiva donde Alfonso Reyes firmó con el Fundación Rockefeller la instauración de un centro que sirviera para apoyar la creación literaria entre jóvenes escritores. El año sería 1950 y en las primeras generación habrían estado Alí Chumacero y otros.