martes, febrero 04, 2025

Mi madre me entregó la máquina de escribir eléctrica que me compré con el dinero que me dieron producto del premio de literatura universitaria que me había ganado y que permanecía olvidada desde el 2000. No funciona, como es evidente, pero una sensación de curiosidad me corrió por la espina dorsal al verla. Es una Olivetti ET Personal 510-II. Antes de ella yo escribía a mano. Me sentaba a la mesa de la cocina, pegada a la pared de block sin zarpear y escribía con una letra menuda y desfachatada en mis libretas. Ahí escribí mis primeros cuentos. Uno, en particular, lamento haberlo perdido. En él contaba la historia de un amante del mundo animal, específicamente de la sabana africana, que decide escapar del camión que lo lleva de excursión para entrar en contacto con la sabana real hasta que se lo comen los leones. Era un cuento de unas cuatro páginas, de los primeros que pude escribir de esa extensión. Los escribía a mano y luego los pasaba a letra de molde en esa máquina, que también me sirvió para hacer tareas. Luego, en el 2000 me compré mi primera computadora, pero no tengo un recuerdo de eso. Sólo que la tuve. Le instalé el age of empire y escribí en ella mi primera novela fallida. No volví a escribir a máquina. Me hice un escritor de pantalla con una comodidad que aun hoy me agrada. Sucede que, al escribir, la velocidad de mi pensamiento es mucho más rápida de lo que podía avanzar con la máquina de escribir eléctrica, con el tiempo consabido para detenerte a limpiar el texto de las erratas que hacían su mugrero en mi línea de texto perfecta. No sé si voy a arreglar la máquina, ¿igual y sí? Para tener algo en qué entretenerme más adelante. Podría poner la hoja de papel e intentar escribir algo. Ahora que fui a Nueva York visité el Whitney y tenían una exposición ¿o era el Moma? El caso es que tenían una exposición de los viejos teléfonos de disco. Tomabas el auricular y oías un poema que después podías mecanografiar. ¿No es bonita la palabra mecanografiar? Supongo que en algún momento de la historia, utilizar esa palabra era sinónimo del futuro. Como los teléfonos. Como las máquinas de escribir eléctricas. Como los blogs a los que ya nadie entra. Los viejos vivimos también en nuestras viejas tecnologías que nos asombraron y nos hicieron sentir que éramos parte del futuro. Hoy solo somos la llave para los antiguos misterios de la escritura. Solo una cosa permanece inalterable: quien escribe a mano siempre estará un paso adelante. Quienes dibujan sobre el papel siguen siendo los primeros exploradores de la palabra y los últimos también.

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