martes, enero 18, 2005

I

Las rodillas de mi muerte son pulidas como diamantes. Algo hay de pasajero en todo esto. Si miro mis manos veo las hebras de una mandarina. Si veo mis ojos veo otros ojos que no son míos y llaman a gente que no conozco que vienen y me saludan como a pariente próximo. ¿Acaso tengo rostro y forma de paisano? que están aquí saludándome rotundos y sanos muertos. Y sin embargo no conozco mi muerte. No es ni acaso la forma como la imagino como debe de ser. Sólo sé que las rodillas de mi muerte son pulidas, aceradamente blancas como gritos. Sólo sé que mientras mi muerte anda ahí, a caballo, yo estoy acá, aterido, adheridos los nervios de mis manos, de mis manosmandirnas, de mis manoshebras a desconocidos que saludan y dicen buenos días.