jueves, enero 20, 2005

Rostro sin nombre

A veces, sólo a veces, me preocupan mis desconocidos. Me preocupa que sean tan solo rostros sin fortuna ni historia que se pasean a un lado mío y a quienes a veces saludo y sonrío. No sé por cuánto tiempo me acompañarán con todo su desconocimiento pétreo. Ni si algo en el futuro evocará su silencio. Aquí en el ILCE la mayoría son desconocidos. Algo hay de soberbial distancia en ellos como en mí para no acercarnos. Justo frente a mí, pasando el pasillo, alguien me da la espalda. Ayer le decían, que la vida estaba allá afuera y él ni se inmutaba. Después está otro rostro anónimo que se olvidará apenas cruce las puertas de este edificio para ir a otra parte. Hay varias mujeres a quienes alcanzó a esbozar a veces una sonrisa y responde con una línea recta en los labios. El tema me preocupa sólamente más no me ocupa. Me pregunto que lo mismo que escribo pueden pensarlo ellos sobre mi. se habla entonces de un proceseo de serialidad. Yo soy también ese rostro pétreo, ese desconocimiento. Yo soy también esa interrogante que todas las mañanas llega a las siete y se va a las tres. ¿Es así el mundo nuevo? Tal vez por ello nos confundimos con la nada y buscamos esos lugares tranquilos de los que habla Benedetti en su único poema que me gusta y que además es muy parafraseado. La serialidad, caray, acaba con todo. ¿Qué posibilidades de perturbarnos por los demás o de sentir por otros cuando ni uno ni otro tiene el menor deseo de compartir el buenos días con el que está al lado? ¿Qué posibilidades del amor al prójimo cuando mi boca calla y las otras repiten sólo la imagen de lo que ven en el espejo, como una permutación de silencios que raspa gloriosa en la nada?