miércoles, enero 12, 2005

Teoría personal del cuento

  1. Un cuento debe terminar donde comenzó. Esta idea la escuché de un cuentista consumado como lo es Rafaél Ramírez Heredia. Un cuento es como un uruboros. Sin embargo, es entre ese inicio y ese final donde se realiza el efecto del cuento. Si al inicio el autor dice: "Callada, simplemente callada está ahí..." el lector intuye cierta dolencia escondida que hace que la mujer se encuentre callada, simplemente callada. El cuento debe de ser esta confirmación del inicio sólo que al final, la misma frase: "Callada, simplemente callada está ahí..." al volver a leerla en la parte final de la historia se muestra ante nosotros con toda su rabia y desolación posible porque hemos accedido al motivo de ese silencio y hemos sido asombrados. Esto se puede apreciar muy bien en el cuento de Juan Bosch, "La mujer", ampliamente antologado e incluído también en "El cuento hispanoamericano" de Seymur Menton. La historia es se desprende de la carretera. Dice: "La carretera está muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida...." Después, sobre la carretera, aparece una mujer, un hombre, otro más que viene en el camino. Tras un hecho de sangre, el cuento termina de esta manera: "La mujer tenía las manos crispadas sobre la cara, todo el pelo suelto y los ojos pugnando por saltar. Corrió. Sentía flojedad en las coyunturas. Quería ver si alguien venía. Pero sobre la gran carretera muerta, totalmente muerta, sólo estaba el sol que la mató." Así, se cumple una revelación, la carretera no sólo está muerta como al inicio; ahora también es desolada y como lectores nos hemos encontrado ante una visión distinta de la misma carretera.
  2. El cuento es una maquinaria del asombro. Cuando se habla de la novela se hace extensiva la idea del manejo del tiempo, la multitud de personajes; pero ante todo, la capacidad de llevar una historia. El cuento se ciñe a una forma distinta. El cuento debe asombrarte como lo puede hacer una historia de terror en un bosque a medianoche. El cuento debe de mantener en sus líneas una tensión agazapada que está por salir y morderte como bestias sueltas. El autor te puede llevar por senderos distintos, te puede, guiar por desfiladeros o por campos tranquilos pero ojo, siempre, siempre, te va a mostrar la final algo que no te esperabas. Un cuento vale bien por su capacidad de asombro. Cortázar, ese mago, maneja en su libro "Historias de cronopios y de famas", un famoso instructivo para tener miedo. Simplemente no esperas lo que lees. Sin embargo, un cuento que simplemente te hace dar un brinco de susto es el escrito por Gabriel García Márquez en su libro "Doce cuentos peregrinos". El cuento "Espantos de agosto" cuenta la historia de un latinoamericano y su esposa que pasan la noche en un viejo castillo francés, famoso porque ahí se perpetró el asesinato de un medieval rey merovingio cuya cama permanece intacta desde entonces. El final es sorprendente y no lo contaré. Bien, un cuento también vale por el asombro que nos produce, adrenalina que nos mueve, acorde final de una pequeña obra maestra.