martes, diciembre 06, 2005

Bonifaz Nuño anda en vocho

Su pelo ya es blanco y aunque el maestro Langagne le dice que él puede sostenerle el micrófono, Bonifaz niega con la cabeza y dice un firme:
-Yo puedo.
Así inicia la sesión. Bonifaz se encuentra al centro custodiado por Limón Rojas, el director de la FLM y por Bernardo Ruiz.
-Ya llegó mi capitán -le dice afectivamente al tutor de narrativa y ambos sonríen, un destello de amor brilla en los ojos casi ciegos del poeta veracruzano. Es martes y hace frío pero éste desaparece apenas las palabras se escurren dulces y sostenidas de la boca del poeta. "La poesía se hace para las orejas", nos dice. Y recita un par de líneas y escuchamos al tiempo en uno, el ritmo musical de lo que se dice por vez primera y en la otra el choque absurdo de dos platos dentro de una palabra. Cada palabra canta distinto.
"Yo nací para combatir, dice Bonifaz Nuño, combatí acompañado, combatí mucho tiempo así. Ahora estoy solo pero sigo combatiendo. Para combatir he nacido. Ahora combato solo. Peor para mis enemigos."
A una pregunta expresa de Hernán, Bonifaz respondió: "Si escribí un libro hermético, discúlpeme".
Así se nos pasó la hora y media. Al ritmo de sus frases, de palabras como: "La poesía no es las palabras ni la idea, sino los ritmos." "Mi única preocupación en la vida fue encontrar mi propio ritmo y con ellas decir lo de siempre". "No puedo imaginarme un verso sin medida, le respondió a Camila". "El mejor momento de mi vida como escritor fue cuando, en una cantina, un hombre recitó mis versos". Y dijo que solo en las cantinas se dicen los versos que en realidad nos gustan repetir hasta el cansancio: "pues bien, yo necesito decirte que te quiero, decirte que te adoro con todo el corazón", dice Rubén , paladeando cada verso del poema del coahuilense Manuel Acuña.
Nuño nos habló de la palabra, nos contó de sus lecturas de Salgari y Dumas, del pleito de D`Artagñan contra Atos, Potos y Aramis. Nos dijo de tres soldados ingleses que tienen que enfrentar ellos solos a un tribu de negros en África. Uno dice: será una brava lucha. Otro: estamos tan lejos y no es por nuestra culpa. El último agrega: Es cierto, pero tenemos que luchar mantener nuestro honor. Y habla del amor, que buscó encontrar un ritmo para decirle palabras a una mujer y que sabe que todos los hombre necesitamos un zapato de mujer sobre nuestros pescuezos para hacer las cosas.
Honor, palabras. Me pregunto qué le queda al hombre si no es honesto ni siquiera con sus palabras. Y entonces alzo la mano, Langagne asiente y me abro paso entre la concurrencia, me acerco al maestro y le pregunto sobre esos versos finales en uno de sus poemas dentro de Fuego de Pobres. "Y me sobrevivo en vela, mereciendo que al corazón me apunten al matarme". ¿Quiere decir que la muerte más digna es sólo al corazón?" Y Bonifaz sonríe. Veo sus ojos casi blancos por la ceguera, las arrugas pocas pero bien delineadas, como una cáscara de manzana lentamente pasada de tiempo el rostro del poeta. "No, todas las muertes son dignas", dice. "Cuando murió Espartaco qué se dijo: recibió 50 heridas, todas de frente". Y luego vuelve a sonreír. "pero este asunto con el corazón... este asunto con el corazón viene de otra parte." Y entonces Bonifaz Nuño apenas alcanza a cantar un corrido cuyas últimas líneas son: "A los hombres como yo no se les apunta a la cabeza, sino al corazón".
Dos preguntas más y termina la sesión con el poeta veracruzano. Antes, una poetisa colombiana ha discutido con él sobre lo mestizo y Bonifaz ha tenido que decir un tajante: Vaya usted al diccionario." Y la mujer poetisa a quien no le gustaba que le dijeran poetisa se aferró en una necedad de maltratar a nuestro poeta a base de palabras hasta que Bonifaz terminó exhaltándose. Pero termina la sesión. Lo alejan lentamente de nosotros. Afuera espera su volkswagen verde y me sorprende que sea un volkswagen verde en el que anda y no uno de esos coches mefistofélicos y aristócratas. Es un vocho verde. Lo veo, lo vemos bajar las escaleras, su pelo blanco, la mirada escasa como un pábilo al que se le acarrean la luz. Y pienso que, mientras viva, mientras espera que al corazón le apunten al matarlo, Rubén Bonifaz Nuño escribirá aún, seguirá combatiendo y andará en un vocho verde, en un firme: Yo puedo.
Estoy hablando solo cuando escribo.
A como soy, ajusto y mido y borro.
Pero a la hora en que me leas sabrás
que cuando hablaba era contigo.
Y que no era yo solo.
Fuego de Pobres.
Bonifaz Nuño.