Mi casa se fue muriendo. Las paredes dejaron de ser aquellos muros sólidos. El sitio donde siempre me gustaba estar, justo a un lado de la ventana y con los helechos cerca de mis pies perdió su brillo. Encontré un frío distinto en las perillas de la regadera y aunque aún azuleaba la llama en la estufa ya era un color extraño para mi. Clósets, nichos, repisas donde antes no había más que luz tomaron más oscuridad. No había ya un mundo nuevo ahí y tuve que meter mi ropa en cajas para que no se enmoheciera. Mi casa se fue muriendo. Amontoné todas mis cosas junto a la puerta. Dejé atrás grifos oxidándose, el rechinido de las puertas, el calor exiguo en las alfombras. Puse un letrero de: "Se Renta". Ese ya no era mi hogar. Un millón de casas estaban afuera guiñándome, abiertas sus puertas, limpias sus ventanas, pulcros sus pasillos para recibirme.