sábado, abril 08, 2006

Creación dirigida

Una vez que llega la historia es imposible zafarte de ella. Eso me digo mientras vengo en el metro, camino a casa. Pienso en los personajes de mi novela: ese niño que odia a su padre porque éste canta en los funerales. Cuando bajo en el metro Insurgentes, tengo una certeza: no funciona cierta parte en la anécdota. Tan sólo un día atrás estaba seguro que ése era el leitmotiv del personaje, ya en otra parte de la historia. Ahora, mientras subía las escaleras sabía que "no era así".
Hay que tener los ojos bien abiertos para saber que "no es así" algo que consideramos una verdad absoluta. Sucede entonces que los mismos personajes no se sienten así mismos, no son ellos con las capas o dudas que uno les impone. Hay en toda obra literaria unidad orgánica, verosimilitud de la acción. Recuerdo ahorita un final absurdo en un cuento de Carver. Un fotógrafo sin manos pida trabajo a un hombre. Le vende fotos. El hombre acepta el trabajo y el que no tiene manos le toma fotos al hombre en su casa, en la cocina, en el techo. Al final, el homber le pide que fotografíe el arco que forma una piedra al ser lanzada desde lo alto.
Todo en el cuento encaminaba a ese final. Por eso, ahora que pienso en que no es verosímil que mi personaje cante a los muertos por el motivo que tengo en mente, me digo que es una farsa. Uno tiene, como autor, qué escuchar a sus personajes, saber qué nos dicen. No somos nosotros quienes los creamos; ellos nos crean al momento de salir de la pluma, dirigen nuestra ficción. No somos autores en realidad, somos oídores, como una repetidora de un canal que, desde una capital lejana, vomita un programa, un show de deportes o una telenovela.