miércoles, abril 26, 2006

Leer a Carlos Velazquez de Cuatro Caminos a Hidalgo

Calor. Un hombre cabecea a mi lado y a veces roza mi hombro. El metro va lleno. Mil cabezas dentro. O más, ¿Quién sabe? Llevo en las manos una revista mientras el tren sale de la estación y se inyecta en el túnel. La Cabeza del Moro. Zacatecas. La abro sin interés de ninguna página, como si fuera ese juego de pregúntale al libro y cae en la página 26. Buck Mulligan, La Biblia Vaquera. A chinga, ese título ya me lo sé.
La primera vez que oí hablar de la Biblia Vaquera fue gracias a Carlos Velazquez. Cómo olvidar esa pequeña sesión en Morelia cuando Croswhite nos dijo a los becarios que escogiéramos qué leer en la sesión plenaria, cuando presentaríamos nuestros textos ante el resto de los becarios del FONCA. Julieta, Espartaco, Liliana y yo nos retraímos al instante. (Ernesto Murguía, el otro becario, andaba ya lejos del país). Carlos Velazquez con su usual sentimiento profundo por el escenario dio un paso al frente y decidió recibir los tiros por nosotros. Más bien: un fusilamiento.
Ahí escuché entonces, por primera vez, de la Biblia Vaquera. La segunda ocasión fue porque la Biblia Vaquera había ganado un premio de literatura y la tercera cuando Daniel Espartaco me dijo que sí, sí existía en realidad la tan mentada biblia.
Allá pues entonces las ideas de Carlos Velazquez mientras lo leo en el metro, entrando a la estación Popotla.
Conocer la narrativa de Carlos Velazquez es acometer un pasón, una raya, meterse un pericazo. Hay en su obra un gusto por la confusión, por lo estética del caos. Carlos Velazquez gusta de mostrarnos en sus textos, no sólo la historia, sino todo un sinfín de datos, temas, de pintar la narración con mundos que se antojan lejanos, con referencias a rockeros, cambios de sentido. Yelero, escritor, amante de la música. Hay en su narrativa una sencillez no para mostrarse, sino para entender las causas y pasiones más bajas, más naturales. Carlos juega con las palabras, los sentidos, los semas dentro del párrafo. Cito.
"Mi apoderado, pendiente de que tuviéramos un buen cartel, efectista, nos consiguió una
lucha estelar, la última como mosqueteros, pues sabía que debía abandonar la formación
clásica de powertrío: bajo, batería y guitarra, para lanzarme como solista.
Mi primera presentación en apartado fue en el Palacio de los Deportes. El espectador de
lucha no es distinto al cinéfilo o al que asiste al ballet. Están hambrientos por mentarle la
madre al árbitro, por bañar de orines al abanderado. Entonces comencé a sufrir el síndrome
de abstinencia. Era un mano a mano contra el Gran Markus. En la oscuridad de mi vestidor,
poseído y desnudo sacrifiqué un single de Mecano..."
Juego de sentidos hay en el cuento La Biblia Vaquera. La historia es simple hasta cierto punto. Un luchador que hereda la rivalidad de su padre luchador, contra el Santo. Ahora, el hijo tendrá que volverse luchador para enfrentar al Hijo del Santo. Se apoya en su lucha con una Biblia Vaquera y ofrendas a Yemanyá, ofrendas en forma de música. Una historia con un fon tranquilo pero una forma dislocada por los juegos verbales, las referencias extraliterarias, los yuxtaposición de significados.
Entre las múltiples referencias de Carlos Velazquez hay musicales, evangélicas, de picaderos en San Pedro, del desierto y la cultura popular, pop. Lo mismo el Avispón Verde que Mayita, lo mismo los burritos de Don Carlos que los Ángeles negros y Wendolee, la cantante de Torreón de efímera fama en la primera generación de La Academia pueblan los textos de Velazquez.
Siempre lo escucho quejarse de Torreón. En Torreón no pasa nada, Toño Gramos Blues, me dice. El Blues, la nada de Torreón, sin embargo aparecen siempre en sus textos. Un mundo de confusión hay en su escritura. No es fácil adentrarse a los ritmos de Velazquez como no es fácil, al bajar del metro en la estación Hidalgo, encontrar un camino entre la gente, los puestos, el olor de las panaderías. Pero, al igual que en los textos de Carlos Velazquez, hay en esa confusión, en ese eclectismo, un destello de lo bello, lo humano, lo visceral que no podemos dejar de ver como la chica de las nalgas electrizantes que camina frente a uno, o el ciego que va con su bocina cantando una canción de cri-crí.
Juego de lo grupal, reminicencias al todo hay en la obra de Carlos Velazquez. Leerlo es comprender y disfrutar el juego del lenguaje, es atisbar denro del caos, dentro de ese torbellino del lenguaje a esa mujer guapa que está del otro lado del andén y te mira y te guiña un ojo y quedas seducido.