domingo, febrero 18, 2007

Cuánta falta nos hiciste, María Daniela

La noche huele a sudor. En las mesas atiborradas de botellas y en los espacios abiertos, el sudor es una presencia imperecedera. O y yo estamos muy cerca de la barra del VdeMas, el antro donde se presentará María Daniela. ¿El VdeMas? Sí: un antro feo, con un estilo terrible. Es un galerón con un gusto por lo metálico y con dos zonas vip donde no entraría en realidad, ningún vip. La música y el sonido son malos. La clientela de este sábado, tal vez no siempre la misma, tiene sus chispazos de kitch y colombia que le agregan a la noche -helada afuera-, un sabor extraño.
Para llegar al VdeMas hay que bajarse en el Metro Santa Anita y aventurarse en la noche por la desértica avenida de Congreso de la Unión. Los perros, la exigua luz artificial, la proximidad con el pueblo de Santa Anita y las columnas del metro le dan a la calle un aire de zona de tráfico de órganos y narcomenudeo que es imposible no respirar y sentir en la piel mientras se camina por ella.
Es la una de la mañana y María Daniela tendrá aún una hora de retraso. Un retraso inexplicable. El público silba apurando a la artista en las pocas pausas de la música: un sonido estridente, no empalagoso. La gente de seguridad a veces levanta sus linternas y da indicaciones que el publico intenta desentrañar y darle una sola explicación: ya viene María Daniela. Pero no. Sigue la música. Sigue el cansancio inexplicable en el VdeMas.
Hay al centro del galerón dos plataformas donde giran como trompos, un par de bailarines profesionales. De profesionales no tienen más que los cuerpos bien trabajados: son un chico y una chica. El chico enseña las nalgas a mitad de una canción en cambio que la chica, en top y minifalda amarilla, muestra los calzones blancos a los celulares erizados a un lado de plataforma: erizados como alambre de púas.
Cuando estos chicos se bajan -es imposible bailar toda la noche- las plataformas se prestan para que suba una corte de seguidores de María Daniela que hacen de las suyas ante la mirada divertida de la concurrencia. Una pareja con tintes de clica bailan provocativamente. Un coreano se apodera de otra plataforma. Un chico en camisa roja y excedido de peso baila en otra. El momento más trepidante de la noche ocurre cuando sube a la plataforma un travesti alto, delgado, con vestido blanco que le remarca el cuerpo con ausencia de curvas. Baila con frenesí. Su rostro pálido brilla en la noche aburrida en el VdeMas, sus rastas largas lo hacen parecer una copia de Marylin Manson. Y la gente le aplaude. Los expectadores no sueltan la mirada de ese chico que baila con desparpajo, que abre las piernas y se estira la tanga para mostrar a cercanos y desprevenidos, el secreto de su sexualidad.
Y María Daniela no sale.
Y María Daniela tiene que ser exultante para sacarnos del marasmo.
Pero, no. Cuando finalmente sale la cantante de "Miedo" y "Fiesta de cumpleaños" el frenesí no alcanza a retumbar en el ánimo. María Daniela baila todas las canciones de la misma forma. A veces se le va la voz. El sonido es pésimo. María Daniela, en vivo, resulta un tanto aburrida. ¿Le pone entusiasmo? Sin duda, pero hay un momento donde simplemente la cantante no hace clic: donde se ve en el escenario, imposiblemente, ese intento casi chafa por hacer música. Uno puedo aventurar que se encontró de golpe con buenas canciones pero nunca quería ser cantante. Uno puedo preguntarse cómo fue que surgió porque los discos, vaya que son buenos, las canciones, vaya que pegan -por algo andámos por Calzada de la Viga a las cuatro de la mañana- pero María Daniela en persona, en show, se desinfla frente a nuestros ojos. Qué difícil es crear los mitos en este tiempo donde todo es un descreer de lo otro.
Salimos antes de que termine el concierto. María Daniela ya cantó lo mejor de su repertorio cuando abandonamos, para no regresar nunca más a ese lugar. De regreso a casa el taxista enciende la calefacción del auto. Es lo más cálido de esa noche.

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