lunes, abril 14, 2025

A mí, lo que me dieron los libros de Mario Vargas Llosa fue una disciplina lectora. No recuerdo en qué momento tomé aquel ejemplar de La ciudad y los perros, pero sin duda fue animado por la lectura de P, quien alababa, cada que podía, el inicio de la novela -Cuatro -dijo el jaguar. Con eso me bastó para adentrarme en esas tramas caudalosas de MMV. Las distintas perspectivas de los personajes, los narradores en distintos sitios, la trama entreverada, la confusión de quien hablaba y sobre todo la brutalidad en los actos de la novela me produjeron una sensación de estar en casa, es decir, de leer a alguien que iba a ser para mí. Años después, el maestro C, me lo dijo: -Tienes que buscar a tus maestros propios. Y, aunque no he escrito nada, ni por asomo a lo que MMV ha hecho, de alguna manera está en mi ideal de escritura escribir una novela que sea así, aunque no lo haya hecho ni lo haya intentado. De ese calibre aunque no se parezca a nada de eso. Por esas fechas, inicio del siglo XXI, me iba los sábados a leer a un restaurante por la zona de La Fe. Llegaba a las diez de la mañana y leía de tirón hasta la 1:30, 2:00, cuando por lo general entraba al cine en la misma plaza. Y leer a MMV fue parte de mi rutina. Sólo lo leía los sábados. Y así, tras terminar La ciudad y los perros, decidí tener mi temporada MMV. Leí, en ese año y medio, antes de irme a la cdmx, La casa verde, Conversación en la catedral, La tía Julia y el Escribidor, Historia de Mayta, Los jefes, los cachorros, Pantaleón y las visitadoras, hasta que llegué a La guerra del fin del mundo y entonces todo terminó. ¿Cómo ser el mismo después de leer esa novela ancha, amplia, profunda, esa red de narradores, esa voluntad mayúscula de escritura? Dice Capote que existe una diferencia entre escribir mal y escribir bien, pero es posible caminar ese trayecto, pero la diferencia entre escribir bien y hacer arte, es insondable. Me quedó claro, entonces, y no es una victimización de parte mía, que yo iba a intentar hacer arte, pero lo más probable es que me quedaré entre escribir bien e intentar hacer arte, que también sé que no todos lo desean, menos en estos tiempos de productos editoriales en pos de venta. Y eso me ayudó a amar más la novela. La tengo como una aspiración en mi oficio. Luego, más tarde, me leí La fiesta del Chivo y ahí terminé mi ciclo de lecturas de MMV. No he vuelto a leerlo desde entonces. Ni sus novelas nuevas. Me quiero quedar con el MMV de entonces y mi yo de entonces: un tipo solitario, callado, lector, con ciertas aspiraciones que hoy se han cumplido. Hoy lamento su fallecimiento. Poco me importaron, con el paso de los años, sus chismes literarios, su vida como persona, yo a la única que le había prestado atención era a su vida como autor. A sus novelas. Y, con sus novelas, me acompañó por años, me dio la disciplina para leer, que agradezco. Que vaya en paz, le digo. Nosotros, los lectores, también estamos en paz no con uno ni dos, sino con varias de sus obras. Es lo mejor que, como lectores, podemos desearle a quienes han escrito y, cómo lo han escrito, las historias que nos dan escena y camino en el mundo. 

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