Llego a casa después de estar muchos días fuera. Los perros me lloran después de tanto sin vernos. Les abrazo, les beso la frente. El mueble que esperaba está ya también, aun envuelto en su cartón de embalaje. Observo la casa en silencio y entonces, también, los pensamientos que he dejado atrás me alcanzan. Aunque no los he dejado del todo. Me han acompañado. Estaban en el avión, en el trayecto en la pequeña camioneta a las comunidades en la sierra. En el rostro de la niña de mejillas rojas y piel pálida que me entregó su libro para que lo firmara y puse su nombre y pasé el dedo sobre la escritura como si lo pasara realmente por las mejillas de quien me hizo recordar. Estaban esos pensamientos en el túnel de la TAPO, y mientras me protegía del sol con la cortina del autobús y mientras esperaba, impaciente, la llegada del avión de regreso a casa. Estaban en el bosque de niebla y en la neblina densa que nos escondía al ir hacia Altotonga. No he dejado de pensar en ella, pero al mismo tiempo, me queda claro que lo que soy, lo que ofrezco ahora, es solo una incapacidad para compartir bien la vida, que sólo puedo darle pedacitos y esto no está bien ni para ella ni para mí. Así que nada. Es mejor ser justo y no vender humo, que ya lo hice en las últimas semanas cuando me di cuenta que debía tomar distancia. Y sin embargo, no es fácil. Aquí están los pensamientos, no solo los pensamientos sino la necesidad de escribirlos, de decirlo, aquí estoy y te pienso. Eres presencia en la ausencia. Pero un día las cosas estarán mejor.
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