lunes, julio 25, 2005

Egipto: nube de polvo y sangre


Samia es una niña de doce años cuyo padre trabajaba en uno de los hoteles de Naama Bay. Su padre murió en los atentados perpetrados en Egipto por la "Organización Al Qaeda" en El Sham y Al kina pero a diferencia de sus hermanos de terror nadie en la prensa internacional se ha preocupado por saber el número de sus hermanos, lo que ella piensa del terrorismo y en fotografiar su llanto moreno y requemado por el sol del desierto. Para la prensa internacional los atentados en el país africano son sólo un dato, un rostro sin marcas ni señas porque tal parece que sólo cuentan los niños güeritos, las ancianas de tez blanca que toman te puntualmente o las imágenes, (nefastas por sí mismas) de un autobús destruido o de una mujer blanca, cubierto el rostro por una mascarilla de tela.
Samia llora y llorará por su padre que jamás volverá. Y tal vez en el futuro cuando recuerde la forma como se lo quitaron sólo ella tendrá memoria del atentado mientras que en occidente se seguirá guardando la memoria de 11 de septiembres, 11 de marzos o 7 de julios. ¿Dónde empieza la verdadera solidaridad humana? ¿Empieza sólo donde se dice: acaban de tronar bombas en mi patio, miren, todo se ha deshecho, ayúdenme, lloren conmigo? o empieza donde se busca extender la ayuda y la oraciones más allá del patio trasero. En una amezana contra el terrorismo y en un mundo donde incluso este tipo de noticias tienen una vida efímera es necesario darle historia y vida a las noticias. Ojalá alguien nos mostrara los nombre y rostros de las familias de los egipcios muertos en el atentado de la semana pasada y no sólo un número, no sólo un: !40 muertos en Irak!
Nuestro verdadero valor como personas, no digamos países, que los gobiernos del mundo viven literalmente en otro mundo, reside cuando dejamos de ver nuestro dolor y nuestro placer cercano y extendemos la mano al otro. Cuando no cerramos los ojos y vemos con el horror que sea, esta desolación que nos dejan los actos de uno solo o de unos solos. El terrorismo tiene muchos cómplices y a veces, parece ser, que nosotros somos uno de ellos.