miércoles, julio 13, 2005

El ejercicio de la mirada

A menudo se dice que la mirada es el espejo del alma. Se dice también que cuando el amor te llega lo primero que te cambia es la forma como miras el mundo. En la mirada o gracias a ella construimos nuestros símbolos, reconocemos nuestras tierras y nuestros afectos. Cuando miras de frente a alguien o algo, así sea el desastre o bien la llegada de alguien amado lo que haces es reconocer y calcular medidas de acción. Decían los generales de Napoleón, hombre recios hechos a, ritmo de cargas de caballería y descargas de morteros, que apenas el general entraba a una tienda de campaña su mirada barría todo y ellos estaban dispuestos entonces a ser capaces de hacer lo que el francés quisiera.
Pero la mirada no se escapa también del engaño. Hay una cosa que quieres ver pero que en realidad no está ocurriendo. Ejemplo de ellos son los tantos y tantos juegos visuales donde se te pregunta si el camino viene o se aleja, si el centro es más grande que el otro o bien, si un tridente tiene dos o más picos.
Escribir es ante todo el arte de ejercer la mirada con las palabras. Al momento de escribir lo que se hace es poner las palabras a disposición de lo que se mira. Es por ello que en el detalle se encuentra la recreación del mundo. No es lo mismo un autor seco en trazos que no dice nada sobre su personaje a uno que, sin caer en el exceso, dice: tenía un cabello apenas en las sienes y una calva lustrosa como bola de billar era su mejor o peor presentación.
La mirada en la literatura es punto de partida. Los personajes primero se reconocen a sí mismos y después empiezan a andar por el mundo. Ellos “nos cuentan” lo que ven así sea una prostituta en algún callejón francés o el árbol de ciruelas en el patio de su abuela. La única manera de transportar al lector es al escribir con rasgos rápidos lo que se mira. También hay temperatura, olores, texturas, sabores en la realidad pero es con la mirada con lo que nos presentamos. Es con el híbrido de mirada-pensamiento como se construye el personaje. Como una concatenación imagen-idea. En realidad cada palabra, ya lo dijo Saussure, es significado y significante pero en la escritura cada imagen es idea. Nos movemos gracias a nuestros ojos. Nuestras primeras selecciones parte de lo que vemos. Si dos hombres ven al mismo tiempo el cauce de un río así hayan pasado juntos la misma travesía, tanto uno como el otro pensarán en cosas distintas porque al momento de llegar al río las imágenes que ambos hayan visto habrán, al acumularse, provocado ideas distintas.
Es por ello que a veces en historias se encuentra una profunda inverosimilitud porque lo que se dice no concuerda con lo que se mira. Ahí se rompe el hechizo. Los personajes a veces son huecos porque no reaccionan y sabes que el autor lo que quiere es en realidad intentar sorprendernos con un vago artificio. Es decir. No son creíbles porque su mirada es débil, por que no se detienen en el momento justo. Puedes ir por la calle y sólo ver un camión que se aproxima hacia ti puede provocarte una lluvia de ideas.Escribir es mirar. Escribir es de la mirada llegar a la idea y de la idea a la acción. Luego esta acción llevará a los personajes a sitios que ni ellos podían haber imaginado pero eso ya no importa porque el personaje estará hecho. El mundo se abre cuando me miras, dice un poema cuyo nombre no recuerdo. El mundo tiene forma cuando me miras reitera el poeta. Me atrevería a decir que es sólo en el momento cuando el personaje abre en realidad los ojos cuando ocurre el milagro de la ficción, igual que una mujer cuando en la mañana vuelve el rostro y te mira y ocurre otra vez, al mirarte, la creación del amor.