sábado, abril 14, 2007

Libralgia

Clases. El salón se llena poco a poco. No son muchos alumnas pero aún así es un grupo considerable. La mayoría son mujeres adultas y una tercera de hombres a los que les calculo de 25 años para abajo. Después de las presentaciones de rigor y de una mirada superficial sobre la materia y la importancia de leer, les pregunto qué libros han leído. El perfume, biografías de Frida Kahlo, el principito y otras novelas salen al aire. Al final, una mujer dice: la biblia. Y hay un brillo en su mirada al decirlo. No sé, pero simplemente no puedo dejar de leerla, algo me está pasando al leer, no dejo incluso ni de subrayar ni de nada. A veces no le entiendo, pero como sea sigo en la lectura. Y la noto nerviosa, pero al mismo tiempo con la sencillez con la que alguien te cuenta su turbación. Ahí está, le digo entonces al resto del salón: hay que dejar enfermarnos por los libros, hay que dejar que el libro nos de calentura y nos pongo a prueba, que el libro haga con nosotros algo impensable. El resto de la clase asiente. Pero luego, una alumna alza la mano y dice: ¿y si el libro nos aburre? El resto del salón me mira esperando la gran respuesta y mi respuesta no es ninguna romántica. Pues tírenlo, escóndalo, pongan un kilómetro de distancia entre ustedes y él, pero el libro que sí les guste, recomiéndelo, regálenlo y otra vez, déjense enfermar por él.
Así termina la clase. Mis alumnas y mis alumnos se van. Veremos si podemos enfermarnos, este periodo, de libralgia.

2 comentarios:

Orfa dijo...

Qué felicidad. Las lecturas de mis alumnos son: Quién se ha llevado mi queso; Padre rico, padre pobre; y El caballero de la armadura oxidada.

Óscar Ávila dijo...

La ventaja de la libralgia es que una vez adquirida es incurable. Saludos.