Cursaba el primer semestre de la carrera de Letras Españolas en la UANL cuando no quise conocer más de Mario Benedetti. Un maestro, de los mejores que tuve en la carrera (acaso un puñado solamente), empezó a hablarnos sobre la ausencia de lecturas críticas o ensayísticas que hacíamos los estudiantes. Mala fue la hora cuando me escogió para sustentar su teoría.
-A ver, Antonio, dígame que autor le gusta.
-Benedetti.
-¿Y qué ha leído de Benedetti.
(Después supe que era uno de esos dos autores que le purgaban, el otro era Carlos Fuentes).
-La tregua.
-Mmmm... lo único bueno que escribió. Y qué más ha leído de él.
-De Con y sin nostalgia.
-Mmmm... un libro mediano. Y qué más ha leído de él.
-Inventario.
-Insufrible, muy mal libro. Y qué más ha leído de él.
-Despistes y franquezas.
-¿Cómo consiguió ese libro por demás infumable? Y qué más ha leído de él.
-El cumpleaños de Juan Ángel.
-¿De verdad quiere estudiar la carrera de letras? Y qué más ha leído de él.
-Pues ya es todo.
-Ah... pues entonces, no puede decir que le gusta Mario Benedetti. No ha leído, Geografía, ni Primavera con una esquina rota, ni Poemas de hoyporhoy, ni Las soledades de Babel, ni Andamios, ni La Casa y el ladrillo, ni esa cosa que él llama ensayos de El escritor latinoamericano y la revolución posible.
-Pues no, no lo he leído, ¿a poco usted sí?
El maestro, que insisto, fue uno de los mejores que tuve en la carrera, sólo hizo un gesto de fastidio. Yo suspiré descansando, con la certeza de que su punto había terminado y que me dejaría en paz, pero oh, no, no lo hizo.
-Y qué otro autor le gusta, Antonio -me preguntó ya con todo el cinismo en la voz y la bravura de quien se va a enfrentar a una esgrima intelectual. Y yo, sin saberlo, dije el único nombre que no debía decir.
-Carlos Fuentes.
De todo esto se desprende una cosa. No conozco a Benedetti, aunque tengo mi libro de La tregua siempre a la mano y por si acaso, una lista de su bibliografía, también.