martes, junio 14, 2005

El Polemista

Texto leído durante la presentación de la revista El Polemista dentro del I Encuentro de Escritores Jóvenes del Norte "Voces Convergentes en La Silla".
Amamos los libros como un tesoro preciado. A ellos les dedicamos buena parte de nuestra vida o al menos una parte considerable de nuestra vida. Al principio son sólo el instrumento gracias al cual accedemos al placer que nos proporciona el lenguaje o las historias que se cuentan en ellos. Después accedemos al libro como instrumento no sólo de ornato sino también de colección. Domingos atrás mientras buscaba un libro en los puesteros aledaños a la Ciudadela me encontré con una primera edición de La región más transparente editada por el Fondo de Cultura Económica. El libro estaba protegido celosamente por una cubierta plástica. Hice el intento por tomarlo pero la mirada sesgada y cuidadosa del vendedor me contuvo. Es una primera edición, me dijo. Yo hice una mueca de ok y vi el libro. Sus pastas ámbar se mantenían limpias y casi pude leer con el recuedo ese inicio de “Soy Ixca Cienfuegos. Pregunté con ingenuidad el precio. Entonces capturé la atención del vendedor y me dijo: Vale 900 pesos. Es una primera edición. No soy codo pero apenas dijo el costo deposité el libro como si fuera un niño Dios en su cuna.
También sucede que uno, como seguidor de los libros, cae en otras manías. Cuando visitas a conocidos lo primero que haces después de los saludos es darle un repaso a la biblioteca del dueño de la casa. Asientes con gesto grave cuando descubres libros que consideras interesantes y cuando encuentras en la estantería alguno que tú ya leíste una pequeña sonrisa te invade y creas un nexo con la persona a quien visitas.
Leer presupone un acto íntimo pero también un acto de revelación ante lo que lees. Por lo mismo no se lee cualquier cosa. Vemos la lectura tal vez como un acto inmediato pero si estableciéramos una pirámide para catalogar lo que cuesta crear un material de lectura tendríamos en la punta, cubierta de una estela dorada como se supone se cubrían originalmente las pirámides, al libro. Luego, disminuyendo por esa escala mas no por ello sin disminuir en el placer que nos proporcionan, seguirían las revistas y después los fancines, plaquettes, y finalmente los planfletos.
Conozco muy poca gente que además de tener libros en su casa colecciona o busca revistas. No me refiero con esto solamente a quienes buscan una revista en el ámbito en el cual desarrollan su actividad laboral. Me refiero a gente que ama las revistas tanto como los libros. Las revistas son también otra forma como accedemos a la información. Me refiero a coleccionar y leer revistas sobre helicópteros, sobre cocina, acerca de política o chismes de la farándula. Yo no colecciono revistas. Alguna vez intenté y alcancé a juntar más de 18 números de la revista H para hombres pero un buen día me aburrí y las vendí a un puestero.
Como en toda oferta y demanda, las revistas están siempre sujetas al mercado, a las necesidades de los lectores y las facilidades o no de su publicación. A diferencia del libro que crea es juzgado con la primer lectura, las revistas requieren de más tiempo para ser erigidas como el portavoz de un área. Es necesario esperar, comparar sus números, leer sus secciones con cuidado, asimilándolas. Formar una tradición de cada sección y por ende, una magia que impregne a la totalidad de los artículos es el reto principal de este tipo de publicaciones.
El polemista, y me he tardado para mencionarla por primera vez, es una joven apuesta por darle voz y forma a una visión sobre cómo debe de ser al menos la revista que Julían Etienne tiene en mente. Como en la creación que ejerce un demiurgo sobre la materia, Julián y su grupo de colaboradores intenta llevarnos con su revista a una opinión más amplia y clara sobre la cultura, sea cualquiera la definición de esta. Primero la viste con una apuesta de Elena Fortes donde la palabra no sólo es forma de conocimiento sino también imagen y después le da rigidez con un esqueleto armado con las secciones despachos, alegatos, conjeturas, invenciones y críticas. El Polemista, como su nombre lo dice, busca que mediante el diálogo se cree una iteración de pensamiento que modifique ideas. El Polemista es, en ese sentido, no sólo una revista informativa donde uno puede leer un artículo sobre la economía del amor, la entronización de la cultura pop o sobre la disidencia en el nombre de Dios, sino también una revista donde el lenguaje coincide con los tres postulados que Alfonso Reyes dice que debe de tener el lenguaje: orden, significado y emoción. Esta revista está hecha con emoción y amor y se lee con emoción e interés.
Como en una biblioteca de Babel donde los hombres buscan el significado o el libro último, El Polemista es una mirada vasta y concentrada al mismo tiempo de muchos temas. Lo mismo puedes encontrar en ella un artículo sobre cómo se desarrolló el revolución de Tianammen, el cuento de un joven narrador como Guillermo Núñez o bien hallar una entrevista con el Dr. Lazcano sobre la creación de la vida sintética y el siempre apasionante origen de la vida en la tierra.
Hace semanas tuve el gusto de asistir al Open Office de la revista en sus oficinas en la Col. Condesa. Cuando llegué me sorprendí al ver gente joven como yo que discutía con ánimo satisfecho y alegre sobre política, pedagogía y modus vivendi de escritores. Esta revista la hace gente joven que aún no ha solidificado sus ideas y sus teorías. Sus colaboradores tienen la inquietud de escribir algo honesto e interesante y la gente que la edita, revisa, corrige e imprime se anima por el mismo ímpetu. Y a esta energía se le agregan las colaboraciones de gente ian Buruma, Christopher Hitchens, Laura Kipnis y Slavoj Zizek con textos seleccionados por Julían, me imagino.
Hay que formular también una tradición de las revistas no sólo literarias. La búsqueda del conocimiento es una necesidad a veces pantagruélica. El libro puede ser en ese sentido como un asado o bien un zacahuil. Las revistas y otro tipo de publicaciones serían entremeses, entradas, etc. Pero El Polemista como lector en un bocado exquisito, de esos que crean adicción y desplazan platos fuertes.Ojalá un día cuando vayamos a las casas no sólo veamos los libreros sino también el lugar donde se acomodan las revistas y al encontrar El Polemista sonriamos con brevedad estableciendo un nexo con el dueño de la casa. Ojalá que un día, mientras ande otra vez buscando un libro en los puesteros de la Ciudadela me encuentro con el No. 0 de esta revista y al intentar tomarla el despachador me miré con toda su avaricia y gusto por vender y me diga: Es una primera edición del Polemista. Yo entonces sacaré el dinero (si tengo, como todos imagino un futuro sin necesidades pero vayan ustedes a saber) y le diré: ¿cuánto? Pues tres mil varos. Ahistán. Démelas le diré.
www.elpolemista.com.mx