sábado, junio 25, 2005

Salva el amor

Uno de los poemas de Benedetti que suele ser muy citado y aún más después de la internacionalización que hiciera del mismo la película "El lado Oscuro del Corazón" es el que lleva por título: " No te salves". No congeles el júbilo, no quieras con desgana de pienses sin labios no te juzgues sin sangre pero si pese a todo no puede evitarlo y congelas el júbilo y separas del mundo sólo un rincón tranquilo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas, entonces, no te quedes conmigo. Líneas más, líneas menos, el poema conjura una rebeldía sin fin, una sensación de mantenerse siempre en la lucha porque por sobre todas las cosas el amor es una lucha inaudita.
No te salves, dice el poema y no congeles el júbilo. Uno no debe de salvarse pero el amor salva. Uno no puede dejar de pelear para que el amor por sí mismo, -esa fuerza creadora, ese caos y suicidio del intelecto- nos salve. El amor te salva. Quienes hemos amado sabemos que frente a esa posibilidad no existe nada. El amor te salva de mirar entre la gente y no encontrar a nadie. El amor te salva de tener un cuarto de habitación en un hotel y saber que al abrir la puerta encontrarás no sólo tu ropa sin orden sino también esa mujer y ese hombre por el que estás precisamente compartiendo un cuarto de hotel en un lugar lejano.
El amor crea para ti una coraza donde rebotan los dardos, las murmuraciones y el tiempo mismo. Dice en la Biblia que las partes más débiles del Leviatán -especie de bestia mítica, preedénica- son como mil escudos fuertes y soldados. Así es como el amor te deja. Aún las partes más débiles se vuelven fuertes en el amor. Hay que ver a los ojos de quien amas y que te ama (el amor es dual, solo no es más que una obsesión y también esperanza) para al instante saber y sentir que incluso tus nervios dolidos o atrofiados resurgen por ese fuego.
Cuesta amar porque cuesta mostrar al otro lo que somos en realidad: ese margen de inseguridades y orgullos, esa mancha de claroscuros. Cuesta. Cuesta. Cuesta. Cuenta la canción que dicen que por las noches nomás se le iba en puro llorar, dicen, que no comía, nomás se le iba en puro tomar. Juran que el mismo cielo, se extremecía al oír su llanto. Como sufría por ella que hasta en su muerte la fue llamando. Cuando escucho esta canción no pienso en ese dolor sino en ese amor. ¿Qué amor tan grande para dar todo ese dolor? ¡Qué amor tan grande! Esa es la cuestión.
Lo lamentable es que muchas veces en realidad amamos con desgana y congelamos el júbilo y el amor se ve precisado por fronteras de sociedad y buenas costumbres. Amamos luego por tradición y por paz y estabilidad mental. Incluso heredamos nuestras obsesiones y frustraciones amorosas más allá de lo necesario como una pareja que no se cansa de darse daño porque si incluso ella se va ¿quién me dará esa mitad del dolor que ella me daba? Sólo nos mantiene vivos el dolor y el amor tal vez por que, cuando se dan con honestidad ambos (no me refiero a la conmiseración ni al deseo), es cuando en realidad operan los cambios drásticos en las personas.
El amor salva. Sí. Es una definición. Lo que no tiene definición es que encontrar una mirada que se empareja con la tuya en la multitud; que ver una mano que viene al contacto con tu mano y la aferra; que escuchar tan sólo un ¿cómo estas? por una línea telefónica lo anula todo, incluso estas palabras.
Ojalà existiera un mundo, le dije a un amigo cuando omití mi regla de no meterme en lo que no me importa, donde tú amaras a tu mujer y no anduvieras de pájaro carpintero. Eso lo dices porque tú no amas a nadie, me espetó. Yo asentí repasando los nombres de mis amores, uno tras otro y en ese momento me sentí a salvo. Tienes razón. Luego miré a la gente y una y otras chicas con quienes había pasado charlas y indagaciónes y supe esto: el amor te salva de todo pero sobre todo de la búsqueda. Mi amigo se fue y yo me volví a sentar y volvì a escribir estas palabras sabiendo quienes me han amado y a quienes he podido corresponder de la misma manera. Esa dualidad y nexo me pareció sorprendente. No te salves, dice el poema. No congeles el júbilo. No separes del mundo sólo un rincón tranquilo, no dejes caer los párpados pesados como juicios. Y si te salvas, entonces no te quedes conmigo.