Virginia Dorantes tiene alrededor de 42 años. Divorciada. Un día lee en el periódico acerca de una oferta de trabajo. El anuncio dice que se necesita un asistente profesional, no ventas y cuatro horas diarias. Llama al teléfono y la citan para el día siguiente a las 10:00 a.m. Venga bien presentada, le dicen. Cuando llega al lugar encuentra una gran sala atestada de otros aspirantes como ella al empledo. Un desfile de muchachitos que no pasarán de los 23 años se pasean por los pasillos o hacen corro en las esquinas del lugar. En general viste con sacos desrraídos y sin planchar y las frentes les sudan brillosas. A Virgina le entregan una ficha con el número 42 y le sugieren que se siente en una de las sillas donde otros esperan. Los pisos no se encuentran muy limpios y puede ver manchas negras cerca a los soclos. Le ordenan llenar un formato donde escribe sus datos y un hombre blanco, pelo rubio y entrecan, ojos azules y el único que lleva un traje combinado la mira fijamente mientras llena la solicitud.
A eso de las once, junto con un grupo que no pasarán de las cincuenta personas, pasa a otra sala esta sí más iluminada, con las ventanas cubiertas por cortinas gruesas de color vino. Después de tensos 10 minutos hace su aparición un mozalbete de 23 años que trae anillos y reloj de oro y el mejor traje de 100 metros a la redonda. Con sonrisa de galán y mirada de conquistador, el conferencista se presenta como Marcos Rodríguez. Dice que él antes estaba como ellos: no tenía chamba, buscaba por todas partes y no veía un futuro para su vida. Luego les pregunta: ¿Ustedes quieren cambiar eso? Un sí nervioso y espaciado se escucha y Virginia observa a sus compañeros de lado que apenas musitan la respuesta. Marcos Rodriguez se pasa la mano por el cabello y dice: Gente como ustedes no merece este empleo y hay en su rostro como desvergonzada tristeza. Vamos a ver, otra vez, agrega, ¿Quieren ustedes cambiar todo eso? Ahora el sí se vuelve más rítmico y compacto.
La charla avanza a la sazón de ustedes pueden y de otras leyendas sobre la superación personal. Todos quieren ser como ese joven de 24 años que habla de los viajes que ha hecho y de su dinero en una cuenta bancaria con el que paga su nuevo coche. El grupo ha dejado de ser una masa indiferente de miradas y sin sabores y resplandece con la certeza de quien ha encontrado un camino. Al final les hacen un último examen psicométrico y preguntas varias. Marcos dice: las preguntas del examen psicométrico las voy a hacer rápido para ver su reacción y Virginia tiembla. Ojalá y no me equivoque, dice. Le pasan la hoja y la prueba inicia. Al principio Marcos lee las preguntas con lentitud pero conforme avanzan los reactivos también lo hace la velocidad. Virginia contesta lo más rápido que puede. Al finalizar una edecan, uno de los muchachos nerviosos de la sala general pasa a recoger las hojas ante la supervisión del hombre de ojos azules. Todo lo hacen con celeridad y orden y Marcos dice que el orden es lo que mueve al mundo.
Minutos después llegan los resultados. Las personas que nombre por favor salgan de la sala dice Marcos. Menciona tres o cuatro nombres y Virgina suspira de alivio cuando los "perdedores" como los designa el conferencista, salen guiados por el hombre de los ojos azules. Ahora bien, alardea Marcos, los que se quedaron aún tienen que superar otra prueba. mañana tienen que venir a una capacitación de una semana que corre por cuenta de la empresa. Deben de traer lápices, una libreta y sobre todo la disposición para triunfar en la vida. Virginia sale de la charla motivada. Cuando llega a su casa tiene la sensación de un vacío que crece desde su estómago hasta llegarle a la boca. ¿De dónde sacaré para comprar la libreta y comer en la calle una semana si no tengo dinero?
Las empresas fantasmas donde se vende la solución a todos nuestros problemas es una más de las formas como la maquinaria de la explotación ocurre en nuestra sociedad. Cruel porque juega con las necesidades y la esperanza de la gente, este tipo de bufets de empleo son un cáncer dentro de la rama de la economía de este país y que, sin embargo, parecen no tener ningún control, o en el peor de los casos, ser auspiciadas por las instituciones jurídicas y hacendarias. La regulación no existe. Este tipo de organizaciones deberían de ser tan condenadas como el tráfico de niños o la trata de blancas. Habría que investigar quiénes son los dueños o quienes son las cabezas de esta red de prostibularios de la esperanza. La mayoría del giro de estas empresas resulta estar en el nicho de los laboratorios farmaceúticos o de belleza y ninguna termina ofreciendo lo que promete. Muchos caen en estas redes pero siempre están cayendo más y más.
Resultado de la poca imaginación o la tendenciosa habilidad de otros para encontrar trabajo estas empresas se mueven bajo una ley muy simple mas no por ello vil: Quitarle a quien tiene menos. Así se va creando la cadena. Son los gargantúas contemporáneos que arrasan con todo: dinero esperanza. Lo que importa es saciar su hambre, sin importarle si mujeres como Virgina llegan a su casa con la certeza de que van a necesitar otro trabajo para alimentar al trabajo donde acaban de ser aceptadas con trucos y promesas de una tierra prometida que jamás descenderá del cielo.