martes, mayo 23, 2006

Irak como una palmera

Jabbar Yassin Hussin es un escritor iraquí expulsado de su país durante el régimen de Sadam Hussein. Jabbar Yassin Hussin es un escritor iraquí que tiene un cuento sobre un bibliotecario en la ciudad de Bagdad, cuyo nombre es: Jorge Luis Borges. Jabbar Yassin Hussin escribo tres veces su nombre para después, sólo mencionarlo como Jabbar, el escritor iraquí de barba blanca y aleonada, de mirada firme y cabellos crespos donde asoman canas que una tarde después de 27 años regresó a Bagdad sólo para ver su ciudad destruida.
Son casi las cinco de la tarde en al FLM cuando Jabbar, de mano de Laia Jufresa y María Lebedev, entra al salón del espejo de la Fundación. Viste un saco azúl marino que le queda un poco grande y anda un poco encorvado. Se sienta en medio de sus dos presentadoras y con un español tartamudeante introduce el buenas tardes. "La vida es la narración", nos dice en un francés que María se encarga de traducir, "hay muchas otras artes pero sólo con la narración podemos entender la vida". Nos cuenta entonces, haciendo pausas para la traducción, de su vida en Francia a donde se exilió cuando tenía 21 años, huyendo de la policía de Saddam. No cree en literatura regionales y al mismo tiempo dice que hay muchos libros de historia pero pocos que enseñen la vida.
Los franceses tiene una enfermedad, aduce, son egiptólogos, pero sólo un libro de Naguib Mafouz puede transmitir lo que es Egipto. Nos habla de que en tiempos de la Bagdad dorada, esa que canta Omar Yaiman en su Rubayiat o Sherezada en Las Mil y Una noches, existían tan sólo en el mundo árabe más de una decena de miles de títulos y los estudiosos se dieron a la tarea de, al menos, guardar los nombres de los libros. Terminaron con una casi enciclopedia. Y todos esos libros, nos dice, tenían datos, cifras, un vasto conocimiento del mundo árabe pero sólo uno de ellos nos importa porque nos dice y demuestra la vida de ese entonces.
Jabbar entonces junta las manos, se acomoda en la silla de respaldo naranja y dice: "Ese libro es las Mil y una Noches y Sherezada es como esa mujer que en la primer noche de la historia hace olvidar al hombre de sus penurias, sus tristezas y afanes y lo encanta con la vida, con la narración." La narración es la vida entonces. Y nos cuenta de la forma como se ha enamorado también, de la vida que aparece en la literatura latinoamericana.
Para los latinoamericanos el tiempo es distinto: es vertical y horizontal. Sólo cuando leí La ciudad y los perros de Vargas Llosa comprendí la furia de los peruanos. Sólo cuando leí "Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento" y termina la cita en un francés que le da una cadencia distinta, comprendí, al encontrar ese suceso a la mitad de la novela, que estaba leyendo un pasado.
Jabbar termina su charla hablando sobre la nación y sobre la vida. Se le ve contento, satisfecho. Las preguntas no se hacen esperar. Hernán le pregunta por cómo ha abrevabado con sus dos historias: la iraquí y la francesa. Jabbar le contesta que ambas son la vida. Camila le pregunta que si el jardín que tiene en Francia es como su visión del exilio. Jabbar se arrellana en la silla y luego se inclina ligeramente hacia adelante. El jardín, en realidad, es una visión de mi madre. Ella tenía un jardín y cuando me fui, nunca más volví a verla. Siempre la pensé joven y el jardín eso es, además como el exilio. Como los hongos, por todas partes y sin raíces, eso es el exilio.
Le pregunto entonces que, si él ama los jardínes, con qué planta, desde su lejano exilio, asociaría a su nación, a esa Irak que todos vemos condenada, fragmentada, con un ramillete de explosiones por todas sus orillas. Jabbar sólo sonríe y dice: Es como una palmera.
Nos quedamos sorprendidos y Jabbar agrega: Las palmeras se dan sólo mediante una unción artificial. Es necesario que alguien las junte. Y sus raíces son fuertes y debajo de ellas nacen otras pequeñas que se cobijan bajo su sombra. Y las hojas de la palmera nacen hacia el sol, crecen hacia el sol y son como una corona. Y entonces, Jabbar dice: me permito contarles una historia personal. Cuando me fui de mi país dejé de ver palmeras. Una día fui a una ciudad de España donde había palmeras. Al bajar del autobús, después de diez años, vi a un lado del camino, sola, una palmera. Solté mis maletas y corrí a abrazarla. Le dije: has estado tan sola todo este tiempo como yo.
Y pienso entonces, no en la palmera que Jabbar abraza sino en los árboles que todos somos a un lado del camino. Pienso entonces en las imágenes que en la tarde nos pasaron de ese mismo hombre que nos cuenta de sus árboles. Jabbar llora al ver la destrucción en su ciudad (esa misma que los ejércitos mongoles conquistaron y cuyos soldados saquearon su biblioteca para formar puentes sobre el Eúfrates y cómo el río se entintó). Y me quedó con esa imagen final del video, de cómo Jabbar se pelea con un soldado americano que se mofa de sus palabras en un inglés famélico: "Este es mi país, es mi Irak y tú nunca lo entenderás", le dice. Este es mi país le grita, y nunca lo entenderás.
Pienso entonces, ahora que escribo esta pequeña crónica, en la palmera de al vida de Jabbar, su palmera solitaria a un lado del camino. Si un hombre tuviera su palmera en el sitio que quiere y nadie se interpusiera, también, este sería un mundo mejor, un mundo también, donde la narración más que ser la vida, sería también la felicidad.