viernes, mayo 26, 2006

Como estar en la Sub-21 Entrevista con Alfredo Lèal

Comentario al margen. Con esta entrevista a Alfredo Leal este blog cumple 200 post. Gracias.


Nombre: Alfredo "el bambino" Lèal
Edad: 21 años.
Posición: Narrador.
Equipos: La edad anaranjada, Ohio, Las redes áureas.
Campeonatos: Becario de la FLM en la generación 2005-2006.

Si la vida de escritor fuera como competir en un campeonato de fútbol, Alfredo Leal sería como esos novatos que se ganan el reconocimiento del entrenador y, al salir a la banca, el público lo observa sin saber bien a bien quién es. Si la vida de escritor fuera como la de un futbolista, Alfredo Leal emergería de las fuerzas básicas de un equipo después de aplicarse: escribir todos los días, concursar a premios y becas literarias, leer como desaforado a argentinos, franceses y mexicanos y sobre todo, tener un sueño: la obra maestra.
Con al menos dos libros inéditos terminados, Las redes áureas y el libro de cuentos Ohio, Alfredo se sienta delante de mí en una de las sillas forjadas que están en un amplio balcón de la Fundación. Lleva en las manos un manuscrito que deja sobre la mesa. Luego hurga en un cenicero con grava donde hay colillas y rastros de cenizas. Tenemos una semana desde que acordamos la charla y lo noto algo ansioso.
Tienes 21 años, tienes una beca importante como lo es ésta y tienes 21 años. Una edad en la que a muchos, simplemente, obtener este tipo de apoyo es un sueño. ¿Cómo lo manejas?
Sí, es como saber y tener la oportunidad y que las cosas no son como tú pensabas. No sé si el empezar temprano tenga que ver con becas o con una necesidad de uno. El tener esta beca es como ver el mundo de la literatura. Tengo la oportunidad de verlo desde antes, de formarme ya dentro de él, como un jugador a quien le dan el chance.
Y ya estas dentro, digamos. Pero eso lleva a otro problema. Ahora eres una joven promesa en un país donde todos son jóvenes promesas y tal parece que a veces, se necesita muy poco para que alguien se vuelva joven promesa, y muchos anhelan serlo secretamente. ¿Cómo manejas o manejarías cuando alguien te diga: Alfredo Leal, una joven promesa.
Entré a la escuela de la SOGEM un tiempo. Hice amistades mayores que yo. Esa gente fue la que más me chingó cuando me dieron esta beca. Me decían: no mames, pinche Alfredo, este era mi último año y tú me quitaste mi lugar. Entonces comprendí bien a bien la importancia de la beca de la Fundación. Sí es un peso tener la beca a esta edad. Lo que yo trato de hacer es aprender todo el tiempo, siempre de la gente que está en disposición de enseñar algo. Y lo que trato de hacer es olvidarme que se puede decir que soy una joven promesa. Aunque bueno, las verdaderas, se tienen que cumplir. Mientras no tengas presión todo se vuelve muy ligero.
Hablas de necesidades, de impulsos. ¿Cómo nació en ti este impulso, digamos, literario, del lenguaje, de contar una historia?(Y Alfredo sonríe, se acomoda en la silla, da una fumada lenta y contesta)
Lo recuerdo muy bien. Estaba en el Sanbors de Hospitales con mi familia, como todos los domingos y no sé porqué, me levanté y fui a la sección de libros del Sanbors y tomé uno, una antología de Sabines. Y leí el poema de: “Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti.” Y me quedé como que en un estado distinto, muy a gusto por las palabras. Entonces estaba enamorado de Mónica y le escribí. Fue como que el amor lo que me llevó a la literatura y ahora tengo amor a la literatura. Escribir una carta de amor a ella fue mi primer logro literario.
¿Qué es lo que te interesa, qué es lo que a la voz de Alfredo Leal le llama la atención al momento de narrar?
Intento contar por medio del discurso sencillo, el discurso no rebuscado, una situación difícil, plana, que no tenga trucos en el lenguaje. Es como encontrar mi narrador y una forma de construcción para cada narrador.
Y una vez que encuentras este tono, a este narrador, qué aspectos de lo humano es lo que te interesa. En qué tema dices, aquí me quedo, de esto quiero escribir. (Y Alfredo sonríe entonces y responde de forma contundente, casi se ruboriza un poco)
Del amor, del amor todo el tiempo. Gabriel García Márquez dice que en el fondo toda novela es una historia de amor. Cardenal también dice: “Todas las cosas se aman.” Al final de cuentas todos los conflictos cotidianos parten de ese olvidar: “ámense los unos a los otros.”
¿Cuál es, entonces, el mayor acto de amor que otorga Alfredo Leal como lector?
No hay mayor acto de amor que el pasar el libro, el recomendarlo.
¿Y el acto de amor como escritor?
Siempre dejar que mis personajes digan lo que quieran, incluso que blasfemen de Dios, que es para mí lo que más quiero.
¿Y el mayor acto de amor de Alfredo Leal como persona?
Escuchar a los demás, escuchar y entender, entendre como es la palabra en francés y que significa lo mismo: escuchar, entender. Esa es una cosa que admiro mucho de Rulfo. Rulfo sabía escuchar. Un libro como El llano en llamas no se entendería si él no hubiera sabido escuchar. Y eso se aplica para todas las voces.
Ya casi termina la beca. Ha sido un año arduo, a veces como un parteaguas, a veces aburrido, pero volvamos al principio. ¿Qué pensaste la primera vez que viste la convocatoria de la Fundación?
Estaba en los pasillos de la SOGEM y vi como Teodoro Villegas pegaba el cartel. En lo primero que me fijé, para qué te miento, fue en la lana y después ya sopesando bien todo lo demás, me pregunté: ¿Y porqué no intentarlo?
El rostro de Alfredo se pone serio. Hunde el cigarro en el cenicero y es como ver un naufragio porque la boquilla se hunde entre las piedrecillas, las remueven y finalmente sólo queda la parte final del cigarro: un mástil amarillento.
Ha sido también, para ti, un año lleno de equívocos en tu relación con varios de los becarios: un año de malentendidos, de charlas airadas, ¿cómo te cambia esto a tu visión original de lo que es al Fundación para las Letras Mexicanas, tu estancia en estos cubículos?
Aprendí tres cosas. Lo primero: cuando no tengas algo bueno que decir de alguien mejor no digas nada. Lo segundo: Estoy acostumbrado a tratar con mayores que yo, a vivir entre mayores. Desde los nueve años trabajo y siempre he sido como el lazarillo de los demás. Cuando yo tenga una edad como, digamos la tuya, y me encuentre gente de mi edad, haré lo posible por no madrearlo. Y lo tercero: hay que saber desmenuzar bien lo que te dicen.
En tu obra, en tu voz, esa geografía del amor que construyes en tus textos, siempre hay una evasión al tema cotidiano, a la urbe madre, digamos. ¿Hay un ejercicio de la evasión en tus textos?
Tal vez sí. Quizás esté ligado con que, incluso, me gusta mucho la literatura argentina, la francesa. Pienso mucho de estar en un lugar y pensar que estás en otro. Es como huir mediante otro microcosmos. Lo mismo que hace Sherezada al contar sus historias: deja atrás el dolor, la tristeza, la pena de muerte y se va a otro lugar. Sí hay eso en mis textos.
Ya para terminar, eres muy joven, estas en un punto del camino en el que muchos quisieran y muchos con más edad, con libros, con premios incluso. ¿Cómo te ves dentro de 15 años?
Me veo con al menos tres novelas y un libro terminado. Me veo clavado en lo que me gusta, como en al literatura francesa y en el francés que tanto quiero. Y a lo mejor me veo empezando ahora sí, mi obra de verdad.
Y si a los 35 años empezarías tu obra de verdad, ¿qué es entonces lo que escribes hoy?
Alfredo sonríe y se acomoda en la silla.
Ahorita estoy como en la Sub-20 y no por eso es malo o se demerita. La obra de verdad es cuando llegas al Mundial.

Terminamos la charla. Es la hora de la comida. Alfredo se va a su cubículo a terminar una cosas y mientras yo subo las escaleras pienso en qué tipo de selección de palabras, qué oncena titular formará Alfredo Leal para ganarle al anonimato, a la obra mediocre, ese aburrido empate cero a cero del que partimos todos los que escribimos. ¿Habrá cero a cero en su cancha en blanco, o gloriosos cuatro dos, cuatro tres o tres tres que levanten multitudes y hagan corear su nombre en las tribunas? Es el juego del hombre, como diría el gran cronista Ángel Fernández, éste, el de escribir.


Las redes áureas (fragmento)

Recuérdalo: Mariana lleva puesta una mini falda azul (sin saberlo, ella debía haber aceptado que nada sino el presente es verdadero. En el colectivo, las personas se mostraban renuentes a empezar una conversación, inclusive con las miradas. Quizá por el miedo. Quizá porque ignoraban lo que Mariana sabía, lo que su sonrisa regalaba a los peatones. Llevaba consigo una mochila y un bolso de mujer, muy antiguo, con las cartas para su abuela. ¿Cuántas eran? ¿Tendrían algún orden específico, considerando que podrían haber faltado algunas? Y pensar que ella te supo todo el tiempo. Ella sabía que la amabas en la forma más estúpida, en la forma más pura y egoísta del amor; la que sólo otorga, aun cuando el ser amado no lo agradezca; y esa vez que volteó a verte a través del parabrisas del colectivo, esa ocasión y tantas otras que habrían de disolverse como palabras talladas en la mente; jeroglíficos que se apagan conforme caminas por pasadizos de la memoria, entre memorias mismas. Entonces, ¿quién era en realidad Bernardo Calderón? ¿Quién eras tú, Bernardo Calderón?, ¿cuál de todas esas memorias que te perseguían, capaces de detenerte a mitad de la cancha a pensar en una niña que veías en el colectivo de la escuela a tu casa y que estaba ahora sentada a tu lado en el colectivo que bajaba por la avenida Córdoba, esas memorias de imágenes sin forma, reales sólo por las palabras que las contienen, que las mienten, cuál de tus memorias, las de Bernardo Calderón, realmente le pertenecían a Bernardo Calderón? No nos pertenecemos a nosotros mismos, pensabas, y esa vez que ella se despidió de ti desde atrás del parabrisas, no se despidió de ti desde atrás del parabrisas, sino de otro. Otro que no existe más. Otro que tampoco está en otra parte, ni es otra persona, ni habita en la memoria de nadie, ni siquiera en la del propio Bernardo Calderón; otro que ni siquiera es ese de quien Mariana se despidió a través del parabrisas. Otro que no es, y, sin embargo, ese otro era todo lo que tenías de prueba para mostrar que existías. Entonces, ¿quién eres, Bernardo Calderón? ¿Quién de esos otros, ya disueltos en la nada, es ese Bernardo Calderón que el propio Bernardo Calderón desconoce?); su piel es blanca, como papel.

La tarde pinta gris, dijo.
Volteaste hacia la ventanilla, luego hacia Mariana que buscaba, sacaba de su mochila unos lentes oscuros, grandes como los ojos de una mosca. Los abrió y deslizó los dedos hasta el extremo de las patas mientras los acercaba a su rostro, introduciendo éste en la fragilidad de los lentes, cerrando y abriendo los ojos y volteando a la ventanilla, repitiendo, la tarde pinta gris. ¿Para qué te pusiste los lentes, entonces, si ni siquiera hay sol (es cierto, el sol no era sol, por algún motivo no brillaba lo suficiente)? Para poder ver a la gente sin que ellos sepan que los estoy viendo, reía, hermosa, moviendo la cabeza de lado a lado y tú reías con ella. Era una niña. ¿Trajiste la libreta donde está la dirección de tu abuela, verdad? Sí, aquí está. 213 de la Calle Azcuéñaga. Te encantaba ese acento suyo. Era como cuando ibas a la cineteca sólo para ver a Virginie Ledoyen empujar la boca hacia delante al hablar, oprimiendo los labios a pesar de que el sonido salía de la garganta, entre la nariz y el paladar. El acento de Mariana te deleitaba no sólo porque ser diferente (incluso para los argentinos mismos) sino porque era de Mariana.
¿Le vas a decir a tu amigo Gabriel que nos acompañe? No sé si tenga tiempo, contestaste, todo depende del entrenador y si es que quiere que nos quedemos a la reunión de estrategia hoy en la noche. ¿Y cuándo vas a dejar que te anote un gol?, dijo Mariana. Hasta con los ojos vendados me podrías meter un gol, ya te dije…