viernes, septiembre 09, 2022

Impostores


He estado leyendo mucho más estos meses, entre Patria de Aramburu, Blanco nocturno de Piglia y En el nombre de la rosa, de Eco. Así, he saltado de la región Vasca, a las montañas heladas de las cordilleras francesas y la pampa argentina. Estos días, charlando con un amigo, tras compartirme un video de un tipo destrozando la primera frase de El código da Vinci y, utilizándola para denostar el resto de la novela, me decía a este amigo que en el fondo, no hay una estructura de lo que debe tener una novela para ser buena. Algunos dirán que entretener, otros que mostrar la realidad, unos más, que hacer arte. ¿En realidad importa? La novela debe ser fiel al propósito del autor. Sé que digo una tontería, pero ninguna puede tenerlo todo. Cada quien apuesta por algo, aunque deje volando otras cosas. 

Luego, el sábado, mientras charlaba con Guillermo Espinosa y con Lanzagorta, (he olvidado su apelativo), decía este último, tras decir Memo que la novela de Eco le había gustado, que no conocía a medievalista que dijera que En el nombre de la rosa fuera una mala novela. Sí, es una historia casi discursiva, se habla más de lo que se hace, aunque claro que las acciones son puntuales. Pero, mientras avanzas por las páginas, queda claro que es una novela de erudición. Eco hace la manga ancha para hablar del mundo de los transcriptores y las bibliotecas medievales, de las diferencias entre las congregaciones cristianas, de los conceptos de fe y divinidad. En algún momento, también, nos llevará a una revelación, aunque asumo que aún no llego a esa parte. Lo mismo sucede con Blanco nocturno de Piglia, con la dolorosa amistad de Bittori  y Miren. Miren que, escribir casi 600 páginas que tiene como verdadero trasfondo, hablar de la amistad, no cualquiera. Así que, todo esto, para decir que no existe modelo de escritura de novela. Existe la mirada personal. No podemos destruir una novela por una frase. Quien lo haga, es un impostor. 

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