miércoles, septiembre 21, 2022

 Debe ser cierto esto de que el olvido es una de las mejores herramientas de la lectura. Leemos apenas iluminados por la conciencia que crea la oración sobre la que vamos. Esa unidad de sentido se ata nerviosamente al pasado, a las sensaciones e imágenes que recién han desfilado sobre nuestra lectura. Si la oración es lo suficientemente fuerte, si lo que cuenta es verdadero para nosotros, tendrá la posibilidad de permanecer más allá del efímero paso que nuestros ojos realizan por la línea, el párrafo, la página. Leer es como andar sobre un puente cuyas partes transitadas se desparraman en el abismo y sólo nos queda correr lo más rápido hacia adelante para no despeñarnos. El olvido. Sí. Una gran herramienta. Lo es porque es así como una de las características de la materia es que no puede ser ocupada por dos cuerpos, la imaginación también no puede ser habitada por dos espectros al mismo tiempo. Uno debe ceder. Y el olvido permite que solo las mejores palabras permanezcan. Lo demás, se desecha. Apilamos páginas y páginas del libro leído, pero en el fondo solo recordamos un esqueleto, acaso algunos nervios, tendones, una oreja delicadamente descrita. Recién he terminado de leer la novela Vampiro, de H.H. Ewers. ¿Dónde han quedado en mí las 596 páginas, al menos en la edición de Valdemar? No lo sé, pero de esas 500 páginas se sostienen ya apenas, el inicio en el barco asolado por la peste, el hombre negro que escupe sapos del mismo color y que se introducen en Bauman, el personaje principal: la límpida escena en donde Lote Lewy muestra el pectoral de los sacerdotes de Leví, que exhibe sobre su pecho desnudo, la arenga de Bauman ante los alemanes que buscan desesperadamente subir al barco para ir a pelear por su Alemania durante la primera guerra mundial, y sin duda la escena casi final, el rompimiento entre Bauman e Ivy Anderson, su salvaje cópula, de sangre y deseo bajo el jardín acristalado. Y puede que solo eso, ahora, pero puede que mañana, en una semana, olvide más cosas. Entonces, el olvido habrá hecho su trabajo. Me dejará la sensación pálida, como la tez demacrada de Lote al final de la novela, la sensación pálida de que he leído un libro; aunque no sepa mucho de él. Porque además, el olvido no viene solo: esconde detrás de ella al Hallazgo: esas páginas sagradas, pasajes y oraciones que algún día recordaré cuando piense en Vampiro. Por eso leemos: para acumular hallazgos. 

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