jueves, octubre 06, 2005

Jugar con el Che

Sólo hay dos formas de vivir la escritura, mediante la vida o mediante los libros, dijo Eraclio Zepeda, yo escogí la vida. Y comenzó a relatar de sus tierra arrugada como una hoja de papel y surcada por el verde. Y nos habló de su mujer Elvia Macías, de quien se enamoró como si chocaran uno contra la otra, y nos dijo de su estancia en China porque agregaba, mientras sus ojos pequeños intentaban abrirse con el brillo del recuerdo, abrirse en las cuencas chatas, sólo había encontrado la manera de escribir de lo que se ha vivido. Y dijo de la División 52 que protegía y de su sentimiendo de orgullo hondeante como una bandera cuando le tocó repeler a los gringos en playa Girón.
Sólo hay que escribir de lo que se vive, repetía cada instante, no con las palabras, no literalmente, pero Eraclio Zepeda iba como quien desgrana lentamente una mazorca contándonos de coroneles Gallos que enseñan francés sin saber decir una palabra, de Rulfos que enconaban a un crítico contra el otro. O nos hablaba de monoplanos con los cuales la infantería puede tomar por desprevenido a un ejército y de la audacia de Roque Daltón que es condenado a muerte por ir a ver una película de Chaplin y logra escaparse orinando el muro de barro que al momento cae intimidado por chorro tan abundante (con el complicidad de un terremoto, claro).
Sólo hay que escribir desde la vida, nos dijo, de lo que sabemos. ¿Para qué perder el tiempo queriendo escribir como francés si vives en la colonia del Valle?
Y así, mientras nos cuenta de Miguel Angel Asturias que iba a dejarle comida a un zopilote en una zoologico en Helsinki o de Neruda que tenía un amigo doctor que curaba con poesía, Eraclio, sentado a la cab,ecera de la mesa, nos cuenta de aquella tarde en Cuba, los días previos a la invasión. Andaba con un compañero mexicano, Carlos Curado, pintor. Van a Santiago a mandar un telegrama a México. Van con sus armas al hombro, las cartucheras brillantes como centavos cuando pasan frente a un campo de fútbol. Unos niños les gritan: Ey, vengan para armar el cuadro. Y se pone Eraclio de portero, Curado de defensa e incia el partido. De pronto, aparece un jipi. Baja un cubano y les dice, susurrante casi: oigan, aqui mi amigo dentro del jipi quiere saber si puede jugar futbol. Eraclio, Carlos, los niños, dicen: "Venga".
Y baja el Che
Y baja el Che con su uniforme imperfecto, con su ventolin en la mano.
Y baja el Che y se pone de portero.
Ahí sentí, ahora lo siento, dice Eraclio mientras afuera llueve y todos asentimos, que en ese momento tuve mi cita con la historia. El Che cada que atajaba un balón le daba un sorbo a su ventolín, un sorbo frío que le helaba las narices, pienso ahora. La charla termina cuando nos dice cómo es que mataron a Roque Dalton, tan a la mala y es como ver en cuerpo al lado. Escribir con la vida, nos dice. Con los libros también se puede, como Borges, pero nadie se puede imaginar a Borges bailando un tango. Cuando se va se quedan sus historias, se queda el Che mientras avanza por en medio del campo y se coloca bajo la portería, fija la mirada, fija como si estuviera frente a un pelotón de fusilamiento.