martes, octubre 25, 2005

Una mirada a Javier Aguirre.

"Aprendes a vivir con la discrepancia, pero siempre con sueños".
Javier Aguirre.
Javier Aguirre es un tipo estupendo. Desde que era jugador del Atlante y del América, equipo con el que obtuvo el campeonato de liga del 83-84 (cuando los campeonatos tenían aire de titanes), se veía en sus entradas duras y francas, en la parquedad de sus declaraciones, que pertenecía a esa estirpe de hombres serios y trabajadores que también hay en el mundo del futbol. Más tarde, su excelente desempeño dentro de la selección mexicana, durante el campeonato mundial de México 86, le abrió las puertas al extranjero como jugador. El club que lo contrató era uno cuya historia siempre se ha debatido entre la tristeza y el abandono: El Osasuna.
Aguirre partió a tierras ibéricas con su maleta en mano y esa férrea decisión a no ser un jaimacón cualquiera. En los trece partidos que jugó en la plantilla navarra demostró lo mismo que había derrachado en el América campeón y en el equipo nacional: lucha. Sin embargo, esta dureza cobró su cuota cuando, en el treceavo partido, sufrió una fractura que lo alejó un tiempo de las canchas hasta su retiro definitivo.
Qué pasó por la mente del Vasco esos años, sólo él lo sabe. Lo cierto es que el futbol desde las gradas es una nostalgia aborrecida. Pero hay quienes se tumban a esa nostalgia y viven del recuerdo pero hay otros que construyen en esa soledad los cimientos de una nueva vida. Y Aguirre lo hizo. Entró a estudiar como entrenador en las fuerzas del Real Madrid y una vez listo, regresó a México a hacerse cargo del Atlante, equipo en el que había militado.
Con el Atlante le fue ni bien ni mal. Javier Aguirre es un hombre que sabe que, para tener triunfos es necesario pasar agua y vinagre. Más tarde lo contrató el equipo del Pachuca. Pachuca era entonces un equipo anodino, carente de personalidad y sin una historia propia; cuyo mayor mérito era ser el equipo de la ciudad donde había nacido el futbol mexicano. Con Aguirre al mando, la entidad blanquiazul operó un cambio que lo llevó de los puestos de descenso al campeonato en el 2001, mismo que le arrebataron al poderoso equipo del Cruz Azul.
En todo ese tiempo la personalidad de Javier Aguirre se mostró mesurada, digna, objetiva. Subido al carro de la victoria y fiel a sus convicciones, no dudó en tomar las riendas de una vapuleada selección mexicana que estaba en la orilla para asistir a la copa mundial del 2002. Aguirre y su equipo le ganaron a la selección de los Estados Unidos en el Azteca y a partir de ahí enderezaron el rumbo hasta calificar y un año y medio después, esa misma selección, caía ante los gringos en Corea-Japón en los octavos de final.
Tal parece que la carrera y la vida de Javier Aguirre está marcada por muchos comienzos, por avanzar, avizorar el margen de la tierra prometida y empezar desde otro punto para alcanzarla. Javier está hecho a base de derrotas y momentos críticos, como el del año pasado cuando el Osasuna, de estar en puesto de calificación de la UEFA Champions League, pasó a una nada deseable racha de doce partidos sin ganar.
Ganar pero batallar, porque así sabe mejor, tal parece que es la gran apuesta que la vida le ha puesto al técnico mexicano. Después de llegar a Europa sufre una lesión. Después de dejar campeón al Pachuca, sufre con una selección mexicana de la que todos se creen dueños. Después de empatar 1-1 contra Italia y quedar de líder de grupo, es eliminado por el equipo más odiado, va a Europa como entrenador pero a un equipo cuyo plan financiero es de los más pobres de la liga de las estrellas.
Y Javier Aguirre tiene el valor, la valentía, para acabar con los fantasmas, sacar petroleo de donde sea, como dijo hace días Cruyff. Tiene la descarada, sabia y honesta visión para decir que su equipo no está hecho para ser líder de la liga más importante del mundo, sino para pelear el puesto. Aguirre es un hombre que vive en la discrepancia pero sin perder los sueños. Esto es, tal vez, lo que lo hace más humano y más cercano a muchos que, como él, vivimos entre las turbulencias. Es, al final y al cabo, un hombre que ve el futbol como el páramo donde se construye la vida, la vida como el campo donde se crean las leyendas, un león indomable y mexicano que, a base de sueños va marcando un rumbo que a nosotros, los espectadores, nos mantiene asidos a las butacas de nuestros estadios personales.