"Vine a Comala, vine a Comala, vine a Comala", repite Felipe Garrido ante el público que lo escucha en el auditorio de Casa Lamm. "Y no puedo dejar de citar esa inicio que es como una mandala", afirma el autor coahuilense y miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, " de una de las novelas que son como un hechizo dentro de la literatura Mexicana. Y veo mi libro, su portada de la colección de lecturas mexicanas y veo en las guardas una fecha, noviembre de 1961. Y veo, también, otra fecha, 25 de mayo de 2005. Y encuentro, también, una hora: "tres horas con cuarenta y cinco minutos", en tiempo que me tardé en leer ahora la novela."
Y Felipe habla entonces de como cada relectura de la novela le revela algo nuevo, como la imagen de ese niño que toma centavos y le dice a su abuela "que se resignen otros, yo no estoy para resignaciones". Y quienes estamos sentados y lo escuchamos no podemos hacer otra cosa que sonreír en silencio, con esa sonrisa que da el asentimiento, la complicidad. Vine a Casa Lamm a escuchar la sesión pública de la Academia Mexicana de la Lengua por motivo del 50 aniversario de Pedro Páramo, una novela que llegó para ser repetida y repetida. Duradera. Pétrea, en la literatura mexicana.
En el estrado se encuentran Vicente Quirarte, Alí Chumacero, Arturo Azuela además de Felipe Garrido. "Todo el Rulfo hablaba de su necesidad de terminar pronto", dijo Quirarte, " cuando Rulfo fue nombrado miembro de esta Academia, ocupando el lugar que dejara el maestro Gorostiza y cuando recibió el Premio Nacional de Literatura, sus textos fueron cortos, porque él quería irse, no estar aquí, curiosa forma de responder ante sus dos obras que siempre iban a ser". Y luego Quirarte citó: "intentará dar una puñalada en el corazón, pero antes te pedirá que le muestres donde está tu corazón", para darnos a entender que Rulfo no estaba solo en la literatura, sino también en su amor por la fotografía y por el alpinismo.
Ya antes de Quirarte, Arturo Azuela ha citado a esa mujer de mar que es Susana San Juan, San Juan como el santo que ungió a Jesús , agua, agua de mar que moja los tobillos, que aprieta los hombros, agua de mar que hunde el cuello, que libera a Susana San Juan.
Y antes, mientras todos nos acomodamos para seguir escuchando a Garrido que habla de Eduviges y Teodora o Teodoro que está bajos los huesos de Juan Preciado, antes habló Alí Chumacero.
Y dijo que la obra de Rulfo es una contradicción del alma, del carácter, no de la nación, de no un sentimiento patriótico, sino de los matices, los rasgos, la razón y sin razón de nuestro espíritu. Y citó a Rulfo cuando dijo en una de las pocas entrevistas que otorgó: "Somos criminales de nacimiento" Y luego, al hablar de su tierra y sus letras: "Ahí solo encontré la muerte y junto a ella voces vivas, esas voces se tornaron en el misterio de la palabra escrita".
Dijo Chumacero que la poesía es el reflejo del incendio intuitivo, que la poesía debe corromperse con el fulgor de la prosa y ésta, a su vez, con algunos engaños de la poesía. Para Rulfo, citó Alí, escribir era una fiesta de los sentidos: tocar, oler, probar, oír, sentir.
Vine a Comala, vine a Comala, vine a Comala, repite Felipe Garrido. Y veo la sala, el estrado, los cinco integrantes de las mesas, sus medallas doradas al cuello, sus medallas que los distinguen como miembros de la Academia Mexicana de la Lengua. En las primeras filas están Julieta Fierro, Castañón y otros que no distingo. Me mataron los murmullos, le dice Juan Preciado a Teodoro o Teodora, cuando murió Susana en Comala hubo fiestas. Me cruzaré de brazos, dice Pedro Páramo. Y Susana habla del mar, de ese esposo Fidencio. Hay fantasmas que pueblan el día y vivos que andan en la muerte como fulgores. Sólo hay tres grandes temas, dice Quirarte que dijo Rulfo, la vida, la muerte y el amor.
Felipe Garrido termina su intervención abruptamente, deja caer sus hojas sobre la mesa y todos aplaudimos. ¡Qué fulgor de la prosa, que engaños de la poesía, que fiesta de los sentidos, que mandala esta para repetirla tres veces, que Susana San Juan bañandose en el mar nos ha dejado Juan Rulfo!
Cuando salimos hay un breve brindis de honor y bebemos mientras vemos los altares de muertos con sus calaveras, sal, panes, plátanos, velas y agua. Tengo que volver a leer Pedro Páramo, repetir la mandala y entonces, sólo entonces, como a Juan Preciado, dejar que me maten los murmullos.