"Los que tienen miedo son tontos", dice Ali Lmrabet, periodista marroquí que estuvo encarcelado 231 días por injurias al rey Mohamed VI. Los que tienen poder, son quienes tienen miedo, pienso al leer la nota. La historia de las persecuciones es profusa y milenaria. Y va dejando mártires en todas las tierras y en todas las islas.
Los escritores perseguidos por opinar, por mostrar al mundo parte de las injusticias que ven, es tan larga y tan vasta como un hígado purulento a punto de reventar, como una res encontrada en medio del desierto y expandida como una bolsa de carne putrefacta. Los que tienen miedo son tontos, dice Ali Lmrabet junto con Sara Whaytt, directora del Comité para escritores encarcelados del PEN Club Internacional.
Y me imagino entonces a Lmrabet escondido en su celda, con el estómago seco por la huelga de hambre, pensando una y otra vez, molesto, deprimido, mientras miraba las paredes oscuras, mientras sentía el olor de las letrinas cercanas, y pensando en otros escritores encarcelados como él. ¿Sabría de Alexander Nikitin, encarcelado en Rusia, sospechoso de espionaje? ¿Sabría de sus doce años en aquella prisión helada? ¿Sabría Lmrabet de la tarde que fueron por Haroldo Conti durante la dictadura argentina y lo desaparecieron en un río o en el mar? ¿Sabría Lmrabet del pánico en los ojos de Naguib Mahfouz, su boca abierta por el espanto, cuando se salvó del atentado con el cuál querían aplacar su voz? o de la novelista bengalí Taslima Nasrin, exiliada después de decir opiniones contra el Corán.
¿Sabría Naguib Mahfouz el nombre de los escritores que se escondieron en casa de Luis Rosales, una vez caída la república? ¿Sabría Taslima Nasrin el nombre de nuestro poeta que fue llevado por otros y ejecutado en un campo con la mirada puesta en su Bernarda Alva y en las calles de Nueva York, con sus tuberías atiborradas de huesos de pollo y de caballos?
Los escritores son asesinados. Los llevan, los esconden, les dan un tiro en la nuca. Queman sus palabras. En Vietnam, Turquía, China e Indonesia, en países africanos y en Colombia, donde mueren más periodistas que guerrilleros, los escritores son asesinados. O son condenados, escupidos, declarados culpables por atentar contra la ideología petrificada de los estados.
¿Es el mismo nivel de afrenta decir, como Orhan Pamuk, ganador del Premio de la Paz de los Libreros Alemanes de este año, que no tiene espíritu turco porque Turquía asesinó a toda una población de Armenios, a cambiar la letra del himno nacional mexicano dentro de un poema? ¿Son ambos motivos de cárcel y escarnio?
Sólo este 2005 ha habido 28 escritores asesinados por decir lo que piensan y más de 700 se encuentran en cárceles a punto de ser llevados a juicio. Tener miedo es de tontos, dice Ali Lmrabet.
La palabra es un látigo. La palabra es una cuña. La palabra en la boca de los escritores sirve para revelar al mundo la estupidez de los gobiernos humanos y la decadencia propia. Y también para mostrar el amor y la solidaridad humana y la belleza del mundo. Es un gran don que lleva a la horca. La palabra en manos del escritor es como una granada, un cuchillo humeante. Y por eso los gobiernos los persiguen, los matan. Cuerpos de escritores en todo el mundo se esconden bajo las costillas de caballos muertos, bajo las piedras de los parques, en el fondo de las autopistas.
Y por ellos hay que seguir escribiendo así un día nos lleven por un camino, nos suelten en las veredas y mientras vayamos caminando oigamos el corte del cartucho y no pensar en ese ruido, en esa blasfemia, sino en que en vida, pudimos ver la luna, el amor y cantamos a ella, que en vida pudimos ver el dolor, la injusticia y a los miserables, y los mostramos plenos, a la luz de todos.