A veces me pregunto dónde está el mal ¿Dónde reside? ¿En qué parte de la cerviz del hombre se aloja? No un mal arquetípico ni un mal de caricatura o de película norteamericana donde el hombre malvado es casi siempre una ridiculización que tiene como fin conquistar el mundo, solucionar con más destrucción la destrucción que otros hacen en su espíritu. ¿De qué parte o hacia donde se mueve el deseo que nos hace ajercer la maldad, entendida como una alteración al orden de la naturaleza? ¿De qué parte o en qué ritmo uno se va haciendo a la idea de tomar lo que no le corresponde, de insultar al otro, de levantar su mano contra otra mano, de dar indiferencia cuando otros te dan confianza o afecto?
Estamos aquí con él amontonándose en las venas, mediocres en tomarlo o no tomarlo: como mediocres al decidir no hacer el bien. Siendo malos de juguete cuando no hablamos en la oficina, cuando decimos por encima del hombro que sutano o mengano es un pendejo, una oportunista, siendo malos de poca visión cuando engañamos a nuestras esposas, cuando nos dejamos seducir por la cosa fácil del hurto. Somos muchos y malamente malos, incipientes acaso.
Pero en el fondo, somos principiantes nada más: principiantes que después se quedan asombrados ante la verdadera maldad del mundo; principiantes que ocultan los ojos, cierran los oídos ante noticias como los asesinatos seriales, el abuso de menores, la trata de blancas; principiantes que dicen que "sí" en su minúscula maldad ante noticias como mujeres asesinadas en Juárez, que decímos que "sí" y borramos mails masivos donde se nos pide que si sabemos datos de una niña que fue robada en el estacionamiento de Wal-Mart Tepeyac, demos aviso tal y tales teléfonos.
O como dijo alguien muy cercano cuando ocurrió el secuestro de Romano: " a ese lo van a matar". Y dijo a ese lo van a matar con toda la tranquilidad del mundo mientras se comía un pan holandés y apuraba un trago a su chocolate. Y entonces yo dije: "si.." lentamente y al momento me impactó mi pequeña y mediocre maldad gozándose con la afirmación y tuve que detenerme y decir: "No, claro que no. A Romano lo van a recuperar vivo". Y ella agregó, dándole otra mordida a su pan:"Ya verás que sí lo matan".
Y es entonces cuando me pregunto dónde habita ese mal que todos podemos ejercer, entendido el mal como un desorden al orden natural de las cosas. Un orden que dice que solo la vida decide cuando deja de ser, que solo el deseo debe de durar lo que dure, un orden que dice que sólo la risa debe de ser como una catársis, un órden que diga que sólo somos uno, principio y fin como decía Kafka.
Y no lo sé. ¿En dónde reside? Bajo qué brazos se acurruca, quién le ha enseñado a mostrarse en todos los grados y en todas las partes desde la nación que se levanta contra la otra hasta la parte ínfima donde se llevan chismes de un lado a otro que detiene proyectos, cancelan agendas. Y desde toda mi capacidad de hacer daño lo escribo. Desde todo el deseo que alguna vez he sostenido y abanderado de golpear, escupir, maldecir, llenarme de ira, sacudirme a gritos y más escribo. Al final somos también seres con corazas de espinas. Y cuando nos juntamos herimos. Porque esa es nuestra tradición. Nos han enseñando a defendernos, a ver también la maldad que nos quiere chingar, la maldad o el deseo del otro de sacar ventaja (naturalmente) pienso ¿de dónde viene?
Y repaso entonces otra vez en la idea de nuestra maldad mediocre que se asusta cuando los que abrazan sin prejuicios sus actos “no-naturales” salen a las calles y destrozan cabezas con sus escopetas, o lanzan su veneno a diestra y siniestra y mienten, hurtan, secuestran, violan, asesinan.
Es necesario entonces ver de dónde sale. En el corazón mismo crece, en las conexiones de nuestro cerebro ¿qué glándula se altera al momento que decimos: me gustaría matar lentamente a este huey?. O “quisiera que ese se de un buen putazo”. O “ojalá descubran que anda con tres viejas”. ¿Y qué glandula se altera cuando hacemos el bien? ¿Qué neuronas y células despiertan ambas fuerzas creadoras que desaparecen con la muerte? Y aunque me pregunto y me pregunto no por ello no dejo de sentir una paz extraña, íntima, cuando me uno al coro de los que apuntan, escupen y golpean, siendole honesto también a mi maldad.
Y repaso entonces otra vez en la idea de nuestra maldad mediocre que se asusta cuando los que abrazan sin prejuicios sus actos “no-naturales” salen a las calles y destrozan cabezas con sus escopetas, o lanzan su veneno a diestra y siniestra y mienten, hurtan, secuestran, violan, asesinan.
Es necesario entonces ver de dónde sale. En el corazón mismo crece, en las conexiones de nuestro cerebro ¿qué glándula se altera al momento que decimos: me gustaría matar lentamente a este huey?. O “quisiera que ese se de un buen putazo”. O “ojalá descubran que anda con tres viejas”. ¿Y qué glandula se altera cuando hacemos el bien? ¿Qué neuronas y células despiertan ambas fuerzas creadoras que desaparecen con la muerte? Y aunque me pregunto y me pregunto no por ello no dejo de sentir una paz extraña, íntima, cuando me uno al coro de los que apuntan, escupen y golpean, siendole honesto también a mi maldad.