Lola no es Lola. Lola es Nadia Baram. Nadia Baram es fotógrafa aunque la etiqueta sea sólo eso, una forma de definir lo que Nadia Baram hace con la gente, con la luz y la disposición de las cosas al momento de ser retratadas, capturadas, mordidas por el lente de la cámara. Fotografiar es un acto que se reduce al talento del instante. No puedes esperar y pensar la foto días y días, llevarla al taller con tus amigos y luego volver a hacer clic. La fotografía es el arte de saber encontrar en una mirada, un parpadeo, el germen de una historia, la delación de un crimen futuro, el momento congelado en el que todas las cosas se vuelven a construir o comiezan a destruirse.
La mirada de Nadia Baram captura, en ese fragil momento del instante, todos los detalles, predispone los objetos, acomoda fondos donde lo mismo se puede encontrar el paso huracanado de una turba a un globo que, indecente, se pasea al fondo de una fiesta de quinceaños o boda.
A Baram le gusta lo exótico, lo cintilleante, las sonrisas de hombre musculosos, el guiño implacable de la soledad en las cosas. En sus mujeres y hombres Nadia ve a los otros con una luz propia que ilumina y juzga, mostrándonos un abanico de soledades, cuerpos vacíos y niñas que llevan pancartas religiosas. Hay en sus fotografías un germen de la soledad, un ápice donde se balancea la gran historia.
Basta una mirada para convertirse en adicto. Basta entonces, al ver el trabajo fotográfico de Nadia, un leve estremecimiento, acaso sólo una pregunta que nos lleve a saber más de esa gente, para darnos cuenta que la fotografía también cumple, en el caso de Baram, las funciones de una trampa donde quedamos pegados, juzgados, felizmente complacidos.