sábado, junio 24, 2006

Después de los octavos no hay nada

Quienes el día de hoy caminamos en la ciudad de México entre las dos y las cuatro de la tarde descubrimos una ciudad inédita para un sábado, escasa la gente en la calle, parcos los automóviles en las avenidas. El aire se encontraba fresco pero un rumor de fútbol andaba en las esquinas, revoloteaba en el aire, en el paso veloz de algun microbús por avenida Reforma, en las fotografías sobre fúbtol de la agencia Magnum expuestas en las rejas de Chapultepec. Sí. La ciudad olía a esa calma que antecede la derrota, en esa hora incierta donde los policías que resguardaban el ángel se encontraban en la línea media entre el frenesí o el desasogiego.
Después, la derrota permeó en todos los televisores.
La derrota se encontraba ahí en el chofer del microbús que apagó de golpe la radio al terminar el partido de México, la derrota se encontraba en esa televisión encendida que ya nadie veía en una estética, la derrota se encontraba en la mirada absorta de un policía en los carriles vacíos de avenida Reforma, la derrota se encontraba en ese vendedor de discos que seguía incrédulo la repetición en una televisión.
La ciudad entonces, aún en su tranquilidad, sabía a derrota. Una derrota de siempre, una eliminación preconcebida desde hace meses, una derrota que todo mundo sabía pero nadie quería dar por cierta hasta que no se cumpliera.
Nos derrotaron otra vez en octavos de Final.
Igual que en Estados Unidos
Igual que en Francia
Igual que en Corea-Japón
Ahora en Alemania.
Pero entonces, imagino, entonces, al ver el marcador de 2-1, al escuchar a Rafa Márquez decir que el equipo se había comportado como uno de los mejores del mundo, vino la verdadera trasformación. La gente se esforzó por animarse, la gente se evadió de la derrota y volvió entonces, ahora sí, a la felicidad cotidiada, a aquel que dijo: perdimos pero mira qué quesadilla. Al otro que repitió: perdimos pero mire, si se lleva dos películas le damos una gratis. La felicidad de quien compra un pan porque se le antoja, de quien ve una película y ríe para olvidar, de quien vuelve a las cosas buenas y básicas de la vida: lo cercano, lo que se antoja.
Así, el fútbol mexicano nos regaló su mejor copa: volvernos, para no saber de él, a la gente que nos quiere, que nos estima, que amamos para reír con ellos ya que con los futbolistas, como cada cuatro años, no se puede.
Yo me he hecho una promesa: no pensar más en los mundiales. De ahora en adelante, para mí, México clasificará a un mundial cuando llegué a cuartos de final. Ahí, entonces, veré ese partido como si fuera el primero de la copa y entonces, toda la historia será inédita, nueva, gozosa.
Hoy no.
Hoy no.
Hoy me han recordado que para los mexicanos, después de los octavos no hya nada.