miércoles, junio 14, 2006

Hace mucho que no escribo sobre la muerte pero ayer me enteré que aún dentro del ataúd, sólo bastan 42 horas para que uno sea devorado por los gusanos. Cuarenta y dos horas en la oscuridad y no somos ya nada. Leí el dato con tranquilidad, pensando en esas cuarenta y dos horas donde desapareceré pero, a diferencia de otros días, de otros meses, la noticia no me alarmó ni me llevó a alguna reflexión, vaga, escasa, carente de originalidad. Mejor pensé que eran las siete de la tarde y debía ir por ti a tu casa, mejor, a devorarte.