jueves, junio 22, 2006

Ejercicio

Veo a un hombre que hace ejercicio. Está acostado sobre una banca de cemento y hace flexiones. Levanta el cuerpo y las piernas para formar una U. Suda. Suda copiosamente. Escucho sus quejidos por el esfuerzo pero luego descansa. Noto los músculos tensos de las piernas, los biceps expandidos, listos para la siguiente flexión. Veo entonces mi cuerpo, mi pobre cuerpo. Hace mucho que no soy un hombre ejercitado, que no salgo a correr por las mañanas ni hago sentadillas, ni siento los muslos tensos por el esfuerzo ni ese caminar lento pero satisfecho de quien ha corrido diez kilómetros y está, ahora sí, listo para cuatro horas de lectura o escritura. Al ver al hombre haciendo ejercicio me recuerdo ejercitándome. Es buena la imaginación, pienso, pero es mi cuerpo entonces quien se queja, quien quiere empezar a moverse al ritmo del braceo, de las zacadas, de ver hacia la pista y saber que sólo estás tú en ella y aún faltan nueve kilómetros de gozo.