martes, junio 06, 2006

No me sale escribir mas /Entrevista con María Lebedev

Todos los miércoles en la mañana, desde ya varios meses, María Lebedev cruza la primera sala de cubículos de la Fundación con bolsas y papeles en las manos. Saluda rápido y sigue hasta su lugar en el área donde largos ventanales permiten la entrada profusa de luz. Luego se vuelve a ir con las cartulinas, tijeras, hilo, pegamento y pliegos de papel dentro de su bolsa y sube al segundo piso de la Fundación a tomar el taller de Encuadernación que imparte Jenny. Cuando baja, trae cuadernos y diarios hechos por una mano diestra y nos los muestra al resto. Asistimos a la transformación del papel a un objeto de lujo, digamos. Asistimos también a la transformación de María Lebedev, escritora de ensayo literario, a la María Lebedev artesana.
Nacida en Barcelona pero con toda su vida en México, los ensayos de María son breves y contundentes. Su voz discursiva tiene un tono cálido como si fuera un susurro la idea que transmite. Si el ensayo es la literatura de las ideas, los textos que María ha compartido en las reuniones de becarios sobresalen porque es como si no fuera ella quien nos hablara, como si no quisieran darnos una lección de erudición, sino un idea con la cuál sentirnos cómplices, como si pusiéramos nuestra firma dentro de uno de los cuadernos que ella construye todos los miércoles.

Sobre el ensayo

Cuando empiezas a diseñar tu proyecto de ensayo, hay muchas opciones: ensayo filosófico, literario, de arte. ¿Qué fue lo que pensaste tú, de qué era lo que querías tratar al momento de escribir ensayo?
No lo tenía tan claro, conforme fui leyendo y escogiendo mis lecturas, decidí que fuera un ensayo muy personal.
¿Algo así como reflexiones de María Lebedev en torno a distintos temas?
De María Levedev pero, por accidente, porque soy yo, de casualidad. Lo que quería es se viera una voz propia.
Una cosa que me llama mucho la atención es que, a diferencia de otros ensayistas tus ensayos son como epigramas, breves, casi reflexiones y carecen de citas. ¿Esto es a propósito?
Tiene que ver con lo anterior, con ese deseo de que esa voz propia sea lo más de uno posible, que no intervengan voces de fuera. No porque considere que los ensayos con citas estén mal, pero no los siento que tengan que ver conmigo. Me gusta leerlos pero al escribir prefiero ser yo la que habla
Hay uno de tus textos donde hablas del consuelo y del consejo. Dices que al final cuando se escribe, generalmente lo que se encuentra es consuelo. ¿Cuándo escribes hayas consuelo?
María entonces lanza un breve suspiro como si quisiera encontrar una respuesta…
Sí consuelo, no resolución, no siento que se resuelva ni se concluya nada. Es como una especie de consuelo provisorio.
Es como decir: dejas que la pena continúe, como dices en otro texto.
La pena o lo que sea. No necesariamente tiene que ser pena. Sí creo que la escritura parte de una sensación de incomodidad y quizá en ese sentido se sienta uno como aliviado, pero no siento que se resuelva nada.
Cuando nace la chispa creativa y alguien quiere ser escritor, y es un sueño muy generalizado, todo mundo quiere escribir un libro, pero en realidad son pocas las personas que se avocan en realidad a escribir y leer con disciplina; pero, cuando ya se decide ser escritor te das cuenta que hay en realidad demasiados géneros, ¿por qué decidiste o por qué hasta ahora has explotado el ensayo y no otros como la dramaturgia, la poesía, la narrativa?
Para empezar, debo confesar que creo que me asustan un poco los demás géneros. Me asusta lo que tiene que ver con la imaginación. No me siento muy capaz de ahondar ahí. Y sí, en cambio, en lo más personal. También me interesa el ensayo porque permite la duda y probar y regresarse y quizás, incluso contradecirse.
Hay una parte donde dices que: “profundizar es, sin duda, en cualquier esfera, cosa difícil.” ¿Es para ti también esto el ensayo, un intento de profundizar.
Sí, el ensayo es como una luz que uno elige que ilumine algo en específico. Uno elige un tema por algún motivo y de alguna forma lo alumbra y en ese sentido se está profundizando. Chesterton lo dice, que en ensayo en el irreflexivo acto conocido como escritura que es en realidad un salto a la oscuridad. En realidad, uno no escribe un ensayo, también dice, lo que hace es ensayar un ensayo.
¿Parte de esta voz, de este acto irreflexivo tiene que ver con estos ensayos breves?
Sí, yo pensaba hacer ensayos medianamente largos, no me preocupaba la extensión, pero, conforme empecé a escribir, por la intimidad del tema, las cartas, me fui dando cuenta que me interesaba decir poquito, pero de manera concentrada. Tratando de que ese poquito dijera algo esencial.
Apostar más hacia la idea concreta que hacia la parrafada.
Sí, no se me sale escribir más, más largo.

Sobre la Fundación

Hace ratito platicábamos sobre toda esa gente que vemos, que llega aquí, a la fundación, con sus solicitudes beca, con sus manuscritos; y todos tenemos reacciones ante eso, disímiles o no pero, ¿cuál es tu reacción cuando ves a alguien que llega con su solicitud para la FLM.
Me dan ganas de ayudar a todos para que entren. Siento que en general las becas generan la impresión de que son muy difíciles de conseguir, inaccesibles para la gente “común”. Tengo muchos amigos en filosofía y letras que quieren esta beca y se sienten muy intimidados. Incluso no se atreven a pedirla. Me dan ganas de explicarles, quizá porque me recuerdo a mí misma, de cómo armar un proyecto y ahora descubro que nada más fue como un paso, un trámite.
¿Cómo ha sido tu experiencia, más allá del ego y del currículm de decir, fui becario de tal o cual institución, qué ha sido para ti de estos meses de María Lebedev en su vida, en la cual tiene que venir a escribir, va a talleres, comparte con más gente que escribe? ¿Qué ha sido lo que más has disfrutado?
Me cambió la vida diaria y esto tiene muchas consecuencias en quién es uno. Me he enfrentado mucho a mí misma, yo no tenía una disciplina de escribir todos los días, de forzarse; no porque sea una obligación sino porque uno se propone y muchas veces elude aunque sea una propuesta de sí mismo. Y es difícil. Y también el contacto con los demás becarios, con los que puedo decir son mis amigos.
¿Cómo transformó tu vida diaria tener esta beca? Otros becarios salieron de sus ciudades, otros abandonaron sus trabajos. ¿A ti cómo te cambió?
Ahora tengo un espacio para escribir. En mi casa tengo las condiciones necesarias, sin embargo, al ser mi casa me distraía con suma facilidad. Aquí hay más facilidad, aunque también hay distracciones varias.
Sí, por ejemplo cuando Hinojosa grita o la gente pone música.
Los celulares.
¿Qué es en lo que estos ocho meses, en tu escritura, ha cambiado, por ejemplo, al venir a la Fundación, has dicho, claro, esto tiene que ver con esto y has empezado el proceso creativo.
Me ha ayudado a afinar esa voz que estoy buscando. No considero que tenga una voz acabada, única e irrepetible, pero sí creo que me ha encaminado de manera muy violenta. Estaba un poco distraída y esto me ha encarado conmigo misma.
Si alguien obtiene la beca, cuáles serían tus palabras para esa persona que llegara con la ilusión de entrar a este lugar, de ver las escalinatas blancas, el león dorado del pasamanos, qué le dirías al iniciar su año como becario.
Creo que no hace falta decir nada, uno lo va descubriendo. Al que no la obtuviera, les diría que no dice nada no tenerla y que lo volvieran a intentar. Conozco a varios que escriben bien y no la han obtenido y eso no los convierte en malos escritores y el tenerla no te convierte en un buen escritor.
¿Y qué vas a hacer cuando termine la beca?
Cuadernos.
Dos breves ensayos de María Levedev

Consuelo y consejo

Ante el dolor o la dificultad, el hombre busca, habitualmente, consejo o consuelo. Uno y otro, aunque vinculados, son cosas distintas. Uno busca, a veces, consejo, y obtiene consuelo. Otras desea consuelo, y recibe consejo. ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro? El consuelo alivia la pena o fatiga que aflige y oprime el ánimo. No cuestiona la pena, ni trata de esquivarla. La pena es, existe. El consejo, por el contrario, da un parecer sobre qué debe hacerse. Pretende evitar la pena.
Sin embargo, ambos, consuelo y consejo, no hacen más que atenuar y acompañar en el dolor. Nadie, excepto uno mismo, puede esperar de fuera aquello que aquiete al alma. Decía Rilke que las respuestas sólo podían hallarse, acaso, en las “horas más silenciosas” y “en lo más íntimo de su sentimiento”. Quejábase Fernando del Pulgar de que Cicerón no pudiera remediar sus enfermedades, sino sólo consolarlas. Y recordaba Clarice Lispector las palabras de una amiga: “Fortifica lo que de mejor tengas en ti. No prestes atención a la opinión ajena. Haz de ti misma y de tu propio yo tu maestro. Cuando él esté bien fortalecido, despertará y cosas jamás soñadas te serán reveladas”.
El dolor, aunque intente evitarse, sucede; y es de uno, sólo de uno. El dolor tiene que ver con todo, habita en cada parte de nuestro ser. Aparece de la nada, se dirige hacia cualquier sitio. Es imprevisible. O no. Da la impresión, a veces, de que siempre se encuentra dentro de uno, de que se impone, al fin, como condición verdadera y, aun cuando no lo advirtamos, reposa, mientras aguarda, en silencio, el momento de volver a exhibirse.
Escribir es doloroso porque exige un esfuerzo, un desprendimiento, un deseo de salir de uno mismo a partir de uno mismo. Desgarramiento profundo, que persigue una libertad, es ambivalente: rompe, se rompe, dentro, para luego existir, independiente, afuera. Y en su independencia es admirable, pese al malestar que ha causado al soltarse. El consejo, en la escritura, vale poco: porque escribir es trabajo solitario, y nadie, en el fondo, más que uno mismo, puede decidir cuál es el curso, el recorrido adecuado –si es que lo hay–. El consuelo, en la escritura, es lo escrito, lo creado. Y, aquí, el consuelo pasa pronto a ser recompensa. Algo ha nacido.

A partir de Epicuro

Profundizar es, sin duda, en cualquier suelo o esfera, tarea difícil. Por serlo, en ocasiones resulta irremediable el intento, acaso velado, de eludirla. El desvío puede producirse inesperadamente, de modo disimulado. Aun cuando uno busque la hondura esencial de todas las cosas puede apartarse de su propio camino, de su camino elegido, y, por temor, o insuficiencia de ánimo, asentarse en la tibieza –con frecuencia más suave y cálida, menos turbulenta–. Así, la escritura y las relaciones personales comparten, con insistencia, este miedo a lo profundo. El control excesivo, en ambos, tiende a convertir el esfuerzo en intento vacío, carente de gravedad o trascendencia. Una escritura tímida contiene su pulso verdadero, impide el curso de su voz más propia. No es libre sino que se preocupa por persuadir y, de este modo, cautivar. No produce, digamos, amor, sino, quizás, y sólo a veces, enamoramiento. Leer un texto plagado de citas, que repite lo que ya ha sido escrito por otro o que se sirve de un método pícaro, engañoso, para convencer de algo sobre lo que ni siquiera él está seguro –porque no le pertenece del todo–, no puede sino provocar, en el mejor de los casos, desconfianza y, peor aún, aburrimiento. Algo similar sucede con las relaciones: aquellas que no lo arriesgan todo, que no se permiten la equivocación, el atrevimiento ni la desnudez, que no cruzan el umbral de lo incierto –allí donde todo obnubila y confunde, de tan oscuro–, se diluyen en el lugar común. Y nadie que se mantenga en el lugar común, en ese espacio seguro, llegará a ser verdaderamente feliz.