miércoles, junio 14, 2006

La hermosa Hortensia

«Pulque nuestro que estás en los cueros, que tumbas a prietos y güeros, santificado sea tu juguito delicioso, vénganos veinte litros diarios a cada mexicano. Hágase un tinacal en la tierra y otro más grande en el cielo.» Sólo cuando se lee en voz baja esta oración puesta en la pared de la pulquería La hermosa Hortensia, es cuando sabe uno que está por probar el mejor pulque de su vida.
La pulquería es pequeña. Las mesas más parecen banquitos y están cerca a la pared donde, aparte de la oración, hay un mosaico de historia y verbena que salta ebrio de historia ante el visitante. Una bendición apostólica del Papa Juan Pablo II ocupa un sitio bendito entre las fotografías del maestro Pedro Vargas, de los Café Tacubos y de doña Lilia Pérez Moya, la dueña de la pulquería, junto a cantantes y políticos. Güiros e imágenes de Tin tan ocupan el resto de las paredes y del techo, escuálidos y secos, se tienden vistosos cordeles con papelitos bien mexicanos: verde, blanco y rojo.
La Hermosa Hortensia, fundada en 1936, es la pulquería en pie más antigua del centro histórico. Enclavada en una de las esquinas de la plaza de Garibaldi, resguarda en sus muros mucho de la historia etílica y cultural de la ciudad. Música norteña, mariachis con guitarras y tololoches así como vecinos y turistas extranjeros son parte de los parroquianos de esta pulquería que sabe a México y tiene en sus paredes el registro de un país que cada día se nos pierde. No es raro encontrar en una tarde cualquiera a gente que canta en el interior con una buena jarra del pulque más fresco que se pueda uno imaginar a la mesa mientras Leonardo Díaz y Alicia Ochoa despachan, o hallar un grupo de europeos con la sonrisa satisfecha y un buen vaso con curado de piñón a un lado.
El tiempo en La Hermosa Hortensia parece detenido. En los estantes tras el mostrador hay desde jarras de vidrio y plástico para servir los curados hasta luces de emergencia G.B. Gray. que apuntan, calladas, hacia el techo con vigas de madera. Un gran tonel con franjas amarillas y rojas resguarda el pulque que, al ser extraído, semeja un chorro de cristal que baja, fresco y dulce hacia las jarras. Las puertas son rojas, al estilo del viejo oeste, y desde cualquiera de las mesas de la pulquería se atisban los adoquines de la plaza Garibaldi y la figura enhiesta, azulada y blanca de la Torre Latinoamericana.
El pulque, caldo de oso, pulmón, bábaradary o elíxir de los dioses, como mucha gente lo nombra, sale del tonel apenas pido un curado de nuez. Alicia lo extrae con una jarra de plástico y me asomo a ver la preparación. Lo vacía dentro de la licuadora y después agrega hielo y nuez picada. El ruido ensordece el interior de la pulquería pero mi paladar ya se saborea.
El pulque no sólo hay que beberlo, también hay que respirarlo. La nuez del curado invita. Al gustarlo es como un tomarse hielo finito, junto al sabor fuerte del pulque endulzado por la nuez. No sólo hay de curados de esta semilla, hay de muchos más sabores: de fresa, de coco, de durazno, de piña, de cacahuate. Nombre, me dice Leonardo, el mesero y quien tiene años en La hermosa Hortensia, ese sí que sabe, y hasta aprieta los puños como recordando el sabor cuando me dice que el mejor curado es el de cacahuate.
Se dice que el pulque fue regalo de la diosa Mayehual quien lo depositó en el corazón del maguey y después le dio su sabor al mezclarlo con su sangre. Hay muchas otras historias sobre el origen del pulque pero al ver las paredes de la pulquería y las tinajas donde resplandece el pulque de durazno y el de fresa, me doy cuenta que no importa saber cuál es el origen de esta bebida si la mejor se encuentra en La hermosa Hortensia.
El precio, bastante accesible. Basta sólo tener una buena compañía, tener muchas ganas de platicar y pasar la tarde mientras se ve a los mariachis de un lado a otro con sus guitarras y su música, o bien, llevar monedas para engordar la rockola para poder disfrutar de cualquier curado y sentirse, al beberlo, un emperador más de la vieja Tenochititlán, un mariachi más en la plaza Garibaldi y por que no, uno de esos dioses que, al asomarse a la tierra, decidieron hacer de esta bebida la predilecta dentro de sus fiestas y dejar, en la Hermosa Hortensia, un grano de historia, una nostalgia viva, el sabor vuelto divinidad en sus curados.