viernes, julio 28, 2006

Una de jefes

Los jefes son personas que se quedan en tu vida aún y cuando no las hayas visto durante más de veinte años. Como dice el refrán: "cuando el gato está dormido los ratones hacen fiesta", pasa lo mismo cuando aquel que ha sido designado por los dioses para dirigirte en el trabajo, se va. Tener jefes es una bendición y maldición al mismo tiempo. Yó sólo he tenido dos de los que he aprendido mucho, bastante y con quienes estoy muy agradecido de por vida. Una era la presidenta de un organismo cultural. Siempre admiré su capacidad de líder y de administradora de cultura. Era fuerte, sagaz y brillante. Nos tenía bien acerados, como máquina de combustión. El otro era mi jefe en mi hasta ahora, única incursión en la iniciativa privada. Talentoso, divertido, tenía y tiene una capacidad para solucionar problemas pedagógicos e informáticos que aún me asombra.
El problema no es que te dirijan, ni te ordenen, pero, como todo esclavo civilizado, como todo esclavo de este tiempo, si sabes que te dirigen con bien no puedes pedir nada más. Puedes pedir incluso, más trabajo.
Ser jefe ha de ser también una de las cosas más complicadas del mundo porque el poder desbalancea tantito incluso al más humilde. Ha de ser muy difícil ocultar tus debilidades, cuando no sabes para dónde ir. Al ser jefe todo se proyecta. Yo he escuchado cosas terribles de jefes. Tipos que dicen que harán una cosa y no la hacen y al final sólo detienen los proyectos. Mujeres que exigen llegar temprano y ellas no llegan y no permiten ni ser cuestionadas porque son jefas. Verdaderos ogros que preguntan por la vida de su subordinada, extendiendo sus brazos más allá de las oficinas.
Conocí a una que llamaba la atención a sus subordinados por que alguien le había dicho que no iban bien vestidos. Cuando le preguntaron ¿cómo era ir bien vestidos?, respondió tajante: Pues... limpios... limpios. Tuve otro que, en cambio, se pasaba toda la mañana contándome sus aventuras sexuales con contadoras, igual que un taxista que te deslumbra con sus levantadas nocturnas.
Ser jefe sí es una complicación pero, por alguna razón, todo mundo quiere serlo. Todo mundo quiere tener control sobre proyectos y sobre las vidas. Los hacen sentir importantes. Les llenan a veces vacíos existenciales y ahí es donde ocurre el cambio, el caos, la transformación peor. Ser jefe para muchos es como una borrachera: se ponen necios, tercos, no escuchan o son felices felices pero ningún proyecto avanza. Y están llenos de enemigos también. Son víctimas de ataques, de murmuraciones. Tienen que buscar un confidente, alguien que les diga, como otra jefa que conocí que le preguntó a un subordinado: dime qué dicen de mi los otros. Cuando el subordinado le dijo que no le iba a decir: la jefa lo corrió.
Eso sin contar los jefes acosadores, los que respiran en tu nuca, desconfiados. Los que quisieran tener de empleados no a una diversidad con la qué trabajar, sino puros mini ellos. Una coordinación llena de jocesitos o maricarmencitas si ellos se llaman José o Maricarmen. No hay vida que en algún momento no sufra por un jefe que ademas, muchos son ciegos. Ni se dan cuenta del daño que hacen. Curiosamente siempre se dan cuenta del bien que te hacen. Que otros tengan el control del mundo oficinesco o industrial, pienso. Siempre, la espada de Damocles pende sobre ellos.
¿Y a tí, qué jefe te arruinó o impulsó tu vida?