El nadador es uno de los mejores cuentos de Cheever que he leído y aún no termino el libro. Un hombre, Neddy Merryl, decide regresar a nado a su casa en las orillas del pueblo. Su plan es simple: cruzar nadando por las piscinas de los vecinos hasta la piscina de su casa. Se encuentra feliz y pone la idea en práctica. Sin embargo, conforme avanza se encuentra con una serie de obstáculos que van revelando al lector y al mismo Neddy Merryl que la vida no es tan calurosa y agradable como un chapuzón en verano. Cada piscina es entonces un desencanto y al final Neddy, este Ulises contemporáneo que intenta volver con su Penélope, termina de frente a su realidad.
Cheever escribió alguna vez que un cuento es aquello que te platicas en el dentista. Yo no sé qué tipo de dentista debió de tener. A propósito de El nadador, escribe el autor norteamericano lo siguiente en sus diarios: "por un inmenso número de piscinas -¡treinta!- y algo comenzó a ocurrir. Frío y silencio. Comenzaba el invierno. A pesar de todo. Fue una experiencia terrible escribir ese cuento. Es decir, estoy orgulloso en parte de haberlo hecho pero el resultado fue que no sólo el Yo Narrador sino también el Yo John Cheever se convirtieron en parte de ese invierno. Tardé mucho tiempo en poder volver a escribir otro cuento".
También dice en los mismos diarios: "El Nadador podría conocer las estaciones; no lo sé, pero sé que no es Narciso. ¿Pueden cambiar las estaciones? ¿Pueden las hojas marchitarse y empezar a caer? ¿Puede venir el frío? ¿Puede nevar? ¿Qué significa esto? Uno no se vuelve viejo en el curso de una tarde. Bueno, juguemos un poco".
Y en el cuento entonces, cambian las estaciones, las hojas se marchitan y empiezan a caer y viene el frío, neva y uno se vuelve viejo al terminar la historia.
"Es uno de esos domingos de mediados del verano, cuando todos se sientan y comentan:
-Anoche bebí demasiado. -Quizá uno oyó la frase murmurada por los feligreses que salen de la iglesia, o la escuchó de labios del propio sacerdote, que se debate con su casula en el vestiarium, o en las pistas de golf o de tenis, o en la reserva natural donde el jefe del grupo Audubon sufre terrible malestar del día siguiente.
-Bebí demasiado -dijo Donald Westerhazy
-Todos bebimos demaisiado -dijo Lucinda Merril.
-Seguramente fue el vino -dijo Helen Westerhazy-. Bebí demasiado clarete.
Esto sucede al borde de la piscina de los Westerhazy..."
John Cheever, La geometría del amor, Emecé, Buenos Aaires lingua franca, 2003