El ángel literario de Eduardo Halfón es una ópera prima. La novela o la estructuración de la novela parte de una primicia fundamental, poética, ilusoria pero interesante: ¿en qué momento el escritor se vuelve escritor? El escritor guatemalteco entonces, se decide ir e investigar cómo es que una persona se decide a ser escritor. La novela está intercalada por episodios con las vidas de Hesse, Heminwgay, Carver y Bolaño pero al mismo tiempo por entrevistas a Vila-Matas, Sergio Ramírez y otros; pero es sobre todo, una indagación de porqué Halfón se convirtió en escritor.
Pero los procesos creativos tienen qué ver más con otros elementos que con la decisión de "convertirse" en narrador o poeta. Es cierto, esa decisión irradia una luz que nos debe de acompañar toda la vida iluminando los oscuros recovecos de las páginas que rompemos por malas, sacándonos a flote del momento cuando nos consideramos necios y tercos por seguir con un proyecto creativo que no tiene ni final ni esperanza. Esa luz es necesario que no mengue y que continúe dando color a donde consideramos que no lo hay. Ser escritor es una decisión de todos los días. Ser poeta es una necesidad de todos los días que nada tiene que ver con ser becarios del tal o cual instancia ni con aparecer en lencturas cada cinco días o ir a las prisiones a leer a presos o a los hospitales a leer a los niños. Esos ejercicios son parte de una actividad literaria "hacia afuera" que puede distraer de la actividad verdadera: la escritura hacia adentro. Ya lo dice Gabriel Zaid: "Lo que eres me distraes de lo que dices".
Cuando la gente empieza a escribir generalmente busca la metáfora. Cree que encontrar una metáfora es como hallar una perla pero eso no es escribir. Luego, viene un proceso de experimentación del "Lenguaje" o una pirotecnia estructural (por la que también he pasado) pero al final de cuentas, lo que importa, es la honestidad de lo que se dicen, la verdad de lo que se cuenta. Usualmente se piensa que para escribir se necesita talento y muchos más agregan que una gran dosis de horas nalga, muchas lecturas y ejercitar la autocrítica. Y es cierto. Todo esto es necesario para el ejercicio literario. Sin embargo, lo que hace a los poetas y los buenos narradores diferentes, es su capacidad no es el talento ni la disciplina, sino la capacidad de intuición de las cosas; ver algo donde nadie más a visto nada; o a Nadie como Polifemo.
Imagino la sensación de eureka cuando Cheever vio la historia de "El nadador", o cómo fue que Bolaño encontró esa luz que parpadeaba en el desierto de su imaginación cuando escribió el cuento de "Gómez Palacio". Y así los ejemplos pueden ir acrecentándose sin fin como una multiplicación de cuadros de ajedrez. Para escribir hay que hallar el sentido oculto en la historia, ser detectives de ese poema pulcro y que dice algo, (que transmite algo en realidad, la literatura es un ejercicio, más que del intelecto, del corazón y del espíritu, de lo que conmueve el espíritu). Hay que intuir dónde se encuentra el poema y dónde el personaje. Es la única manera. El talento importa, claro. La responsabilidad literaria, entendida como el placer de corregir, revisar, corregir, etcétera, es fundamental, pero si no sabemos más que encontrar las mismas historias de siempre, la mujer abandonada, el que está a punto de morir, la historia de quien va a matar a alguien; o si no podemos intuir más que el poema de siempre, el muchas veces contado, podemos llegar a ser simplemente escritores como tantos, poetas como tantos. La genialidad está en la intución, en la eureka (esa misma idea buscada por tantos científicos). De otra manera sólo llegaremos a ser como Polifemos ciegos al borde de la cueva, como Polifemos que palpan la lana de sus borregos sin saber que Nadie (esa historia genial, ver donde Nadie más a visto) va ahi agarrado de las ubres y sale al mundo de los desconocido, de lo no declarado, sin que nadie jamás lo vuelva a encontrar.