Todos hablamos. Buscamos en las palabras un sentido y al agruparlas intentamos transmitir este sentido de lo que son nuestros días, nuestras horas y nuestros dolores. El lenguaje nos forma y nos identifica. Desde el saludo matutino hasta la explicación del mundo físico y químico, el lenguaje siempre tiene una finalidad. Si no existiera esta finalidad sería como encontrarnos en un torre de Babel.
Pero el lenguaje, la palabra es un don humano, una capacidad aprendida y aprehendida que pasa de generación en generación. Es por ello que cuando un niño formula su primer palabra uno no puede dejar de sentirse sorprendido porque es con ella que la niña o niño entra de una forma más completa al mundo. Al definirlo te apropias del mundo. Al nombrarlo lo conviertes en parte tuya.
Los científicos intentan definirnos el mundo, la magia de los procesos de adn, la maravilla de los mundo subatómicos, el proceso o la identificación de las superficies y el magnetismo terrestre con el lenguaje, con las leyes que postulan. Los químicos y biólogos nos describen también el mecanismo perfecto del cuerpo humano, el combate de virus y bacterias, la reacción de sustancias y sus propiedades. Intentan maravillarnos al explicarnos la realidad, con los procesos de la realidad con sus cuásares, embriones, enlaces covalentes, sumas voltáicas y capas geológicas.
Los escritores, sin embargo, intentan mostrarnos con las palabras la forma como ven ese mundo con sus dolores, ansias, alegrías y borracheras. Nos describen el dolor humano, la ansiedad de la espera, el momento donde el deseo se incuba en el cuerpo. Los poetas nos dicen que hay ojos que se muestran en estanques, que todas las mañanas el aeropuerto de enfrente nos da lecciones de partir y los narradores nos muestran a mujeres rotundas como la Molly de DaFoe y niños curiosos como los de Henry James o soldados encerrados en una isla como los de Norman Mailler en Los desnudos y los muertos.
Los escritores y los hombres de ciencia intentan defininos el mundo. Ambos son nuestros mejores investigadores. Uno exhibe el mundo físico y los otros cazan al aire las historias que este mundo nos da en sus calles, sus hoteles y sus amores. Así, se conforman entonces los libros. Se pueblan de identidades propias del autor, de sus manías y de su ojo crítico para ver que el gas sube y produce calor y que una mujer a quien le han quitado sus hijos es capaz de todo.
Mi libro así ha ido formándose, con la ayuda de muchos otros ojos y voces. Mi libro es pequeño e intenta indagar en las vidas y a veces han salido historias y otras han quedado sin terminarse. Ovidio Monterroso, Perla, Ignacio, Reolita, Ramón en su auto en una carretera fueron apareciendo poco a poco con el paso del tiempo. Unos son tan viejos en mi vida y otros muy nuevos pero ahora se han juntado todos para darle forma a un libro, con el intento de que sus historias (no mis historias, sino las suyas) fueran descubiertas. Son los personajes de los escritores como fantasmas que porfían hasta aparecer y ser condenados a las palabras. Así ha salido. Es el lenguaje el que los conforma y como un soplo de vida lo anima. No son teorías pero al fin de cuentas, son sólo otra forma como la vida siempre se hace paso.
Pero el lenguaje, la palabra es un don humano, una capacidad aprendida y aprehendida que pasa de generación en generación. Es por ello que cuando un niño formula su primer palabra uno no puede dejar de sentirse sorprendido porque es con ella que la niña o niño entra de una forma más completa al mundo. Al definirlo te apropias del mundo. Al nombrarlo lo conviertes en parte tuya.
Los científicos intentan definirnos el mundo, la magia de los procesos de adn, la maravilla de los mundo subatómicos, el proceso o la identificación de las superficies y el magnetismo terrestre con el lenguaje, con las leyes que postulan. Los químicos y biólogos nos describen también el mecanismo perfecto del cuerpo humano, el combate de virus y bacterias, la reacción de sustancias y sus propiedades. Intentan maravillarnos al explicarnos la realidad, con los procesos de la realidad con sus cuásares, embriones, enlaces covalentes, sumas voltáicas y capas geológicas.
Los escritores, sin embargo, intentan mostrarnos con las palabras la forma como ven ese mundo con sus dolores, ansias, alegrías y borracheras. Nos describen el dolor humano, la ansiedad de la espera, el momento donde el deseo se incuba en el cuerpo. Los poetas nos dicen que hay ojos que se muestran en estanques, que todas las mañanas el aeropuerto de enfrente nos da lecciones de partir y los narradores nos muestran a mujeres rotundas como la Molly de DaFoe y niños curiosos como los de Henry James o soldados encerrados en una isla como los de Norman Mailler en Los desnudos y los muertos.
Los escritores y los hombres de ciencia intentan defininos el mundo. Ambos son nuestros mejores investigadores. Uno exhibe el mundo físico y los otros cazan al aire las historias que este mundo nos da en sus calles, sus hoteles y sus amores. Así, se conforman entonces los libros. Se pueblan de identidades propias del autor, de sus manías y de su ojo crítico para ver que el gas sube y produce calor y que una mujer a quien le han quitado sus hijos es capaz de todo.
Mi libro así ha ido formándose, con la ayuda de muchos otros ojos y voces. Mi libro es pequeño e intenta indagar en las vidas y a veces han salido historias y otras han quedado sin terminarse. Ovidio Monterroso, Perla, Ignacio, Reolita, Ramón en su auto en una carretera fueron apareciendo poco a poco con el paso del tiempo. Unos son tan viejos en mi vida y otros muy nuevos pero ahora se han juntado todos para darle forma a un libro, con el intento de que sus historias (no mis historias, sino las suyas) fueran descubiertas. Son los personajes de los escritores como fantasmas que porfían hasta aparecer y ser condenados a las palabras. Así ha salido. Es el lenguaje el que los conforma y como un soplo de vida lo anima. No son teorías pero al fin de cuentas, son sólo otra forma como la vida siempre se hace paso.