-Como tengo ganas -dijo y apuró un trago a la cerveza y se puso de pie. Fui tras él. Desde la ventana se veía la noche y abajo los cafetales era como la borla oscurecida de negros borregos trasquilados.
Dio una fumada y le pregunté.
-¿De qué tienes ganas?
Marcelo volvió el rostro a la habitación. En la mesa quedaba una botella a medio tomar, unos platos con restos de comida, dos catres donde íbamos a dormir y una luz blanca lanzaba sombras en todas direcciones.
-Tengo ganas de ver ciudades rojas -dijo y el desierto que se tiende sobre ellas y las borra.
Vi otra vez el campo pero ya no había cafetales sino una desierto rojo que avanzaba sobre muros de barro, sobre cúpulas que se desmoronaban al paso del viento.