Ella y yo. Nos asustan los bichos. Anoche apareció uno, inmenso, a un lado de la cama. Ella saltó. Yo veía al insecto gordo y negro, anchas sus patas, duro y brillante su caparazón. Sus antenas brincaban en el aire. Sus alas, cuando las extendía sonaban como vidrios que chocan unos contra otros. Ella gritó y yo tenía mucho miedo. Insectos, son la peor cosa el mundo. Pero, yo amo a mi mujer. Así que de un salto salí a la cocina. Tomé un vaso de plástico y volví. Temía que el insecto saltara de un momento a otro, o volara o se me subiera a la camisa. Imaginaba sus patas adherirse, duras y puntiagudas a mi ropa. Me acerqué cuanto pude. El insecto agitó las alas y ¡zas!, lo capturé. se movió, quiso alzar el vuelo, chocó contra las paredes de plástico del vaso. Ella me miró, entre asustada y orgullosa. Salí con la bestia que se movía con violencia dentro del vaso y lo solté en el jardín. Tan simple que es el amor, pensé, cuando volví a casa y la mire sonriente, feliz y preguntándome qué había pasado con el animal. Acabé con él, dije orgulloso, sin contarle de mi miedo. Tan simple que es el amor, como sacar un insecto y darle a ella otra vez, la satisfacción de la tranquilidad.